domingo, noviembre 05, 2006

CUENTO ATERCIOPELADO (SECUNDA PARS)

ALL TOMORROW PARTIES

Juan José nunca volvió a poner un pie en el reclusorio Ignacio Manuel Altamirano, (cuentan las leyendas que los cohetes y botellas aventados adentro de la escuela de vez en cuando, o los animales muertos tirados enfrente de la misma eran cortesía del buen J.J.) Y yo, me la pelaba por volver a escuchar ese disco sublime, subliminal, angélicamente infernal, incunable, seminal, inclasificable.

Afortunadamente yo era amigo de Edgar alías “La tripa loca”, alías “el cadáver”, quien a su vez era muy amigo del Juan José. Le pedí que me llevara a la mansionzota del Jota Jota que ocupaba toda una manzana en Dinamarca 340 de la Col. 27 de Septiembre.
Llegamos a su humilde casa, y luego de invitarnos unas chelas, llegó lo esperado por mí. Subimos las escaleras hacía su cuarto, donde se decía tenía una colección grandísima de discos.
Entramos a su cuarto, un cuarto grandísimo pintado muy sicodélicamente, con colores anaranjados, rosas, morados, azules… Posters de discos clásicos enmarcados en una pared. En otra pared, una bellísima guitarra Gibson Les Paul en color negro, y la maquinaria en color oro, como la que usa Eric Clapton, una pintura gigantesca en el que aparecían vestidos de ángeles y con arpas eléctricas Robert Johnson, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Keith Moon, Bon Scott, John Bonham, Ian Curtis, Brian Jones y John Lennon.
Un librero repleto de cómics, revistas de rock, cuadernos, soldaditos de plástico, luchadores, álbumes de fútbol y de lucha libre, y cassettes, muchos cassettes.
A lado de su cama estaba su teléfono, y una sinfonola muy bien cuidada. Ahí escuchaba todos sus discos. No sé donde conseguiría esa cosa, pero estaba muy bien cuidada, se escuchaba excelente (nos puso un disco de Jimi Hendrix, el de la Banda de Gitanos) y valía un dineral.
Del otro lado de su cama estaba un estante gigantesco que albergaba 635 discos de acetato, ordenados cronológicamente y en estricto orden alfabético.
Le pregunté donde tenía el de Velvet Underground. Me dijo sonriendo que ese no lo tenía ahí, sino en un lugar especial junto con sus discos preferidos, en una maleta que dijo, en caso de incendio, o que lo desterraran a una isla desierta ellos serían sus acompañantes. Abrió el gigantesco ropero, sacó la maleta y la abrió. Ahí estaban discos originales del año en que salieron a la venta en su país de origen, perfectamente bien conservados: dos discos de los Rolling, el Banquete de Pordioseros (portada original con el baño cochino y graffiteado) y el Sticky Fingers (con la portadota del cierre). Estaban los discos debuts autografiados de Jimi Hendrix, de The Doors, de Led Zeppelin, y de Pink Floyd.
Estaban también el de los Sex Pistols, de los Ramones, de The Who, de Frank Zappa, cuatro de Dylan, uno de Elvis, el London Calling de The Clash, dos de The Residents, uno de The Fugs, el del Sargento Pimienta de Los Beatles, el Abbey Road, el Revolver, y una rareza invaluable de los Beatles donde están vestidos los cuatro de carniceros, llenos de sangre, y con unos bebés de juguete destazados.
Pero lo mejor, ahí estaba ese disco de Velvet Underground. Ese disco que tenía una atracción poderosa, un imán que me jalaba secretamente.

Juan José nos invitó a una mega fiesta en su casa que haría el sábado 30 de septiembre, ya que su hermana menor Priscilla cumpliría 14 años. Iba a ir casi media escuela, y la crema y nata de la suciedad pozayorkina, y sobre todo muchas morrillas, pero eso no me importaba, estaría Priscilla, esa princesa tibetana que amaba profundamente en secreto, y que el gandalla de su hermano la torturaba encerrándola en su cuarto poniéndole música a alto volumen. Música que iba desde Slayer, Exodus, Testament, Megadeth, Metallica, Venom, hasta Mozart, Beethoven, y Wagner.
Sí que estaba reloco mi cuñado.

Llegando a mi casa mi mente sólo estaba en dos cosas: Priscilla a quien había visto en el jardín leyendo, y en el disco de Velvet Underground. Ese disco tenía que ser mío. ¿Cómo conseguirlo? En toda la semana recorrí todas las tiendas de discos de la ciudad, y nadie tenía ni conocía ese disco, todos se me quedaban viendo como si fuera marciano.

Ni modo, tendría que recurrir a una estrategia que rondaba mi cabeza y que no quería poner en práctica: Robar.
Nunca había robado en toda mi vida (excepto unos billetitos del banco de luchadores que mi amigo Federico dejo olvidados en una silla afuera de su casa), y nunca lo volví a hacer después, pues robar me parecía y me sigue pareciendo algo repugnante, pero esta sería una excepción excepcional.

La fiesta de cumpleaños de Priscilla sería la fecha ideal para el gran robo. El sábado 30 de septiembre. El viernes me la pase con mucho miedo, insomnio y haciendo estrategias para llevar a cabo mi plan.

El famoso día llegó. Los papás de Juan José estaban de compras en San Antonio. Todo el salón estaba en la casota, colados de otros salones y de otras escuelas: los católicos del Tepeyac, las nenas fresas del Motolinia, los wannabes de la Díaz Mirón, uno que otro colado de la Makarenko, la Gabino, nacos de la ESBO, del Cbetis, y de las Federales.
La fiesta se estaba poniendo buena. Buena música (Alguien tuvo la magnífica idea de poner a Depeche Mode), muchas nenas, rock and roll, cerveza, vino, marihuana, coca, videojuegos, comida, alberca, sexo seguro…
Y yo, por fin podría ligar a mi princesa Priscilla, claro si es que Alejandro alías “el malango” (le decían así por sus orejotas tamaño familiar como las de Dumbo) no se me adelantaba, aunque el por ser el galán de la escuela estaba en ese momento ocupado con una gringa bien buenota.
Pero, lo que en verdad me importaba por encima de Priscilla era el disco del Terciopelo Subterráneo. Al fin, las mujeres van y vienen, pero esa joyita, (que no les conté, pero estaba autografiada por todos los integrantes, traía unas fotos que el tío de Juan José se había tomado con ellos en Nueva York, en donde el tío, un guitarrista roquero tenía su banda y que nunca sobresalió, ni grabaron un disco pero que fue parte de la escena neoyorkina, con su grupo hoy olvidado y con chídismo nombre: The Rotten Mexicans Tomatoes, y el fue después de morir de un pasón de heroína el que le regaló gran parte de su colección discográfica, su amor por el rock, y esa guitarra Gibson), esa joyota era inconseguible, y única.

Por lo pronto, la fiesta se desarrollaba sin contratiempos: En la sala principal, la mayoría bailaba o se emborrachaba, en el jardín, unos fumando o drogándose. En un cuarto, los más nerdos y losers tragando como cerdos, y jugando Nintendo. Otros, los más aventados ya estaban cogiendo en algunos cuartos. Otros, los más pendejos y despistados estaban jugando fútbol, viendo televisión, nadando en la alberca, y había tres pendejazos (entre ellos el Juan Carlos, el “Piña”, y un desconocido) que estaban dormidotes afuera en el jardín.
Priscilla, ella estaba bailando sola, con unas amigas, nadie la pelaba. Juan José, ni sus luces, de seguro estaba en el jardín arponeándose heroína, o lo más probable es que estuviera en el cuarto de sus jefes clavándose a la buenota de Abigail, al fin que Lizeth su novia andaba en Chilangolandia.
Yo, por mi parte andaba ansioso, desesperado, buscando la oportunidad de escabullirme y robarme ese disco.

Me hice el pendejo durante unas horas, mientras algunos se iban a sus casas, otros se lanzaban a coger, otros ya estaban dormidotes o bien borrachos; sin embargo, aún había necios que seguían platicando, bailando, tragando o bebiendo.
Pero, todos andaban como Juan por su casa, pero la recamara del Jota Jota era sagrada, nadie entraba allí.
Me fijé bien, y vi que no hubiera nadie. No había moros en la costa. Toqué la puerta fuertemente y varias veces para ver si había alguien allí. La abrí lentamente, y me asomé, no había nadie. Entré y mi corazón parecía que se me quería salir del pecho, estaba nervioso, tembloroso, y sudando frío. Rápidamente abrí el ropero, y saqué la maleta. Hasta abajo estaba el disco. Me lo metí debajo de mi chamarra, y volví a meter la maleta como estaba. Me asomé al pasillo y no había nadie, en lo que salía y cerraba la puerta iba pasando el Alejandro, quien se me quedó viendo con cara de sospechoso pero no dijo nada. Yo me hice el pendejo como que tocaba la puerta, y me alejé de allí.
Tenía miedo porque al Alejandro le caía en la punta de la gaver, y el odio era recíproco y bien correspondido, y ambos lo sabíamos. Lo odiaba porque siempre me humillaba por mi fealdad, y el me odiaba porque Priscilla me buscaba mucho y a él ni lo pelaba.

Después de un rato me fui a mi casa, y nuevamente no pude dormir. Ni siquiera sé porque lo robé, no tenía un tocadiscos donde escucharlo.
El domingo fui a casa de mi tío Lencho, quien tenía un tocadiscos marca Philco muy grandote y con unas bocinotas que retumbaban en toda la casa. Menos mal que los tíos Lenchos, y las tías Elfas gruñonas no estuvieran en la casa, y en cambio estuviera mi primo Jonatan, quien era muy alivianado y me dio chance de tocar el disco muchas veces, mientras el en su cuarto veía un aburrido partido del América contra Pumas.

Ya después llegaron los tíos y me despedí de ellos, y esperar de nuevo hasta el otro domingo a que Jonatan me diera chance. Por seguridad dejé el disco en la recamara de mi primo.

Me dormí, y al otro día me levanté temprano para ir al reclusorio. Todo transcurrió normal, las mismas clases aburridas de always, la cara de Priscilla, la maestra buenota de Ciencias Sociales a la que se le veían los calzones, las clases de educación física… Y la cara sospechosa del “Malango”, quien me veía con cara de burla.
A la salida, iba con el Hugo, y con el Rodolfo. En la esquina había una camioneta Cheyenne, y gente alrededor. Era la troca del Zambo, un animalote de más de 100 kilos,quien estaba junto con el puto del Malango. Al llegar ahí, el gorila me agarró, y enfrente de mí, tenía nada más y nada menos que a Juan José de Jesús con una cara terrible que nunca se me ha podido olvidar.

Me dio una patada que me hizo doblar, me levantó jalándome el pelo, y después de darme un golpe en la cara me dijo:
“¡Dónde tienes mi disco, maldito cerdo capitalista!”

Esta historia continuará la próxima semana. No se pueden perder el desenlace de esta triste y sangrienta historia en su último capítulo:
UNA MADRIZA INOLVIDABLE, o ESA MADRIZA NUNCA SE ME OLVIDA, o 2 DE OCTUBRE NO SE OLVIDA.

11 comentarios:

Karina dijo...

A huevo (pensaba cada cierto tiempo al leerlo)

1. No manches, te la reviro: mandame tus textos antes de postearlos para hacerte una corrección de estilo.

2. "...y él fue después de morir de un pasón de heroína el que le regaló gran parte de su colección discográfica..." No manches ¿se los dio después de muerto? Qué miedo.

3. Ay, wey, ya treinta años y se te nota un chingo la influencia: José Agustín, Pármenides García, Naranja mecanica, la frustración... No hay pedo: todos estamos igual.

4. El Señor de Lutecia me dijo que cuenta con 4000 viniles, le gana a tu JJ.

5. Que el siguiente sea más vuelvete underground y menos naranja mecanica.

6. Besos de venus en peluches.

Hamlet dijo...

Karina:

1.- ¿Desde cuándo eres correctora de estilo? Te los mandaré siempre y cuando tu me mandes tus textos antes de que los publiques en The Fly.
2.- Se los heredó. Es algo obvio. Sé que lo entendiste, y no necesitaba echar una perorata larguísima.
3.- No trato de negar mis influencias, de hecho quiero escribir igual que ellos, son mis heroes, pero no puedo.
4.- No sé quien sea el Señor de Lutecia (aunque me imagino) siempre hablas de él, pero por lo mismo, el señor luteciano ya está ruco y esos viniles los ha coleccionado a lo largo de me imagino mas de 5 décadas de vida, en cambio el J. J. (que no es el héroe de esta historia), casi un 8o% a sus 15 años fueron heredados por su tío (quien murió joven alos 21 años), y los demás los compró él mismo. Al termino de la historia, tiene 31 años, vive en Los Angeles y su colección es de 15243 discos de vinil, y 23000 en cassettes, y 8012 en disco compacto, sin contar vhs's ni devd's del cual es también coleccionista.
5.- El homenaje es al disco, al objeto en sí, no a las letras de las canciones. Y también a la música, para mi la música del Velvet Underground es algo violento, y eso es lo que trate de plasmar.
6.- Iguanas ranas.

Karina dijo...

El señor de Lutecia tiene... ¿31? Algo así.

Ok, por lo del cuento homenaje al disco en sí.

Por cierto: te late el punk y no te late robar, tssss...

Anónimo dijo...

Espero ke el disco haya valido la pena por la madrina ke te dieron. Ni pex Saludos desde Poza York. Atte Un Naco de la ESBO jajajaja. Espero la siguiente entrega. El Pendejo de "El Piña" sera el mismo imbecil ke conoci yo???, muy probablemente.

Ginger dijo...

Hola, hola!!! Aquí visitando de pisa y corre solamente para saludar. Querido, tuve que mudar mi blog, ya sabes, visitas "non gratas", no quiero dejarte aqui el nuevo link porque igual me trackean desde tu blog, ¿alguna dirección para escribirte?

Besos!

B West dijo...

Esto está mejor qué final de novela....


espero la tercera entrega. aunque suene a jose agustin, aveces muy ficcion y tan real...

ñeee, con la corrección de estilo, jajajaja, esta chido el homenaje.

;)

Karina dijo...

Querido Hamlet, ha llegado ya el premio y me encanta. En el blog está reseñado con todo y fotos el exultante momento en que lo recibí.

Por cierto ¿recuerdas cuánto chingué que soy talla XS? Pues, la playera por poco me queda de ombliguera, pero no hay fijómn, está re punk!!!

Stratego dijo...
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Cazador de Tatuajes dijo...

¡Va bien la historia! Estamos al pendiente de que tan sacudidora estubo la putiza

Ciudadana Herzeleid dijo...

Promete, promete =D

No_es_dificil_mi_nombre dijo...

Worale! No conocia yo la 1a parte, asi que lo lei en desorden y luego ya lo hice en orden. Pa cuando la 3era entrega? Me declaro en total espera de un final... golpeado, pero feliz!