domingo, noviembre 19, 2006

CUENTO ATERCIOPELADO (FINNIS FINUM)

UNA MADRIZA INOLVIDABLE
“¡Dónde tienes mi disco, maldito cerdo capitalista!”, me reclamaba el Juan José mientras me agarraba de las greñas. (J. J. Era medio mamón y siempre inventaba frases medias mamilas para ofender). A mi alrededor veía las caras de angustia de mis compañeros, nadie se atrevía a defenderme. Más allá veía la cara del puto “Malango”, a lado del “Zambo”, ambos sonreían. Allí me di cuenta de que Alejandro había sido el chismoso que le dijo que yo había sido el que me robé el disco, todo para quedar bien con Juan José y con su hermana.
Mientras me tenía doblegado, también pude ver la hermosa cara de un ángel angustiado: Era Priscilla, que casi lloraba, pero ella no podía hacer nada, y todavía no se imaginaba lo que sucedería más adelante.

Después de unos minutos que me parecieron eternos, después de varios golpes, una nariz sangrada, varios improperios, y un escupitajo, por fin confesé para vergüenza mía delante de todos los de la escuela que yo había robado el disco.
Me obligó a ir a la casa de mi tío Lencho a traer el disco. Nos subimos (o me subieron mejor dicho) a la camioneta, adelante iba Juan José manejando, y escuchando nomás por hacerme sufrir a The Beatles (los respetaba, los admiraba pero no eran su grupo favorito, sólo lo hacía por joderme ya que a mi me encantaban y siempre decía que eran los más grandes de todos los tiempos), a su lado iba Priscilla, nerviosa y llorando, y a un lado de la puerta iba el “Malango”.
Atrás, como perros, íbamos el “Zambo”; y un servidor (les digo que el JJ era muy mamila y payaso, me llevaban esposado como si fuera un delincuente), que estaba muerto de miedo, y más al ver el famoso bat de béisbol con el que torturábamos a los animales, y también una cuerda pero más grande y más gruesa.

Primero fuimos a la casa de Priscilla, ella se bajó de la camioneta y el Juan José le dijo: “Ahorita regresamos, vamos al cementerio a una piñata”, mientras se reía burlonamente.
Después llegamos a la casa de mi tío Lencho. En el camino iba pensando en una estrategia para escaparme de este trío de pendejos: ¡Jonatan!, el huevón de mi primo. Él era un buscapleitos de primera. No le tenía miedo a nadie, y la verdad es que siempre ganaba, y ya se había agarrado con tres cuatro o cinco a la vez. Era lo que más le encantaba, partirle la madre a cualquier incauto o pendejo que se le quedara viendo, o que le cayera mal. Como aquella vez en que les estrelló el parabrisas a una patrulla, no corrió, y esperó a que se bajaran los tres marranos y se los madreó el solito.
Jonatan era mi salvación. Entré a la casa de mis tíos. A fuerza tenía que salir ya que si Jonatan estaba loco, Juan José estaba peor y era capaz de meterse a la casa y sacarme a rastras, y también era capaz de golpear a mis tíos, (el era una mezcla entre Alex de Naranja Mecánica y el “Jaibo” de Los Olvidados).
Al entrar estaba mi tía Elfa (se llama Filadelfa, igual que el famoso y sabroso queso crema) en la cocina, le pregunté por Jonatan, ¡Maldita sea! Siempre estaba de huevón en la casa, y ahora resultaba que había ido al rancho de su papá en Tihuatlán.
Ahora sí, ya no tenía salvación. Subí por el disco, y por la ventana vi a los pendejos fumando. Sólo el JJ no fumaba, estaba al volante como desesperado. Tomé el disco, lo acaricié, y me lo pegué al pecho. Casi lloraba, y sentía entre rabia, desesperación e impotencia. No quería separarme de esa joya, esa joya que me estaba atrayendo problemas. Me daban ganas de romperlo, pero eso me metería en un problema mayor.

El sonido de un claxon me hizo volver a la cruda realidad. Era el Juan José que me apuraba a que bajara. Baje las escaleras y me despedí de mi tía.

Afuera el Juan José se puso feliz al verme con el disco. “Aquí está, discúlpame por habérmelo llevado. Ya todo está aclarado y en paz”. ¿En paz? ¿Cuál paz?
¡Sopas! Un trancazo en el estomago me hizo doblarme, mientras el “Zambo” me ponía de nuevo las esposas, y ahora me metía a la cabina. Una vez adentro, me puso un saco de maíz en mi cabeza, y que me impedía ver que sucedía o hacía donde me llevaban.
Sólo oía risas, y después unos golpes como de un palo de escoba en mi cabeza mientras el loco de Juan José se reía esquizofrénicamente. (Después supe que eso lo sacó de la película La Masacre en Texas, cinta que yo nunca había visto, pero Juan José sí, y era una de sus favoritas).

Después de un rato, llegamos a un camino no pavimentado, y a lo lejos se escuchaba el sonido del correr del agua, de un arroyo. La camioneta se estacionó. Abrieron la puerta y me aventaron en el suelo. Caí como costal de papas. El Zambo me levantó, me quito las esposas, y el saco. Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, pude ver que estábamos a la orilla del arroyo, en pleno cementerio, en el lugar donde torturábamos a los animales. Presentía lo peor, yo mismo sería una piñata humana.
¡Bienvenido a tu pesadilla!, me dijo sonriente Juan José de Jesús. Dicho esto me derribó de una patada. Allí empezó efectivamente mi pesadilla, entre los tres me empezaron a golpear y a patear inmisericordemente. Después de casi media hora de golpiza acompañada por la música de Velvet Underground, el Zambo me amarró de los pies con la cuerda, y después aventó la misma al mismo árbol en donde sacrificábamos a los animales.
No lo podía creer, ahora el Malango ocupaba mi lugar, el subeybaja de las piñatas vivientes. No pesaba mucho, y el Alejandro jalaba la cuerda mientras mi cuerpo se elevaba por los aires. El Zambo dijo que el no quería tener nada que ver, el muy naco saco una revista que creo era la de Kalimán, se fue a su troca, quito el cassette, y puso el radio en una estación tropical, música que le encantaba, y no la música esquizofrénica paranoica que nosotros escuchábamos.

La diversión quedo entonces repartida entre dos. Alejandro me subía y me bajaba. Juan José fue por el bat, y por el disco de Velvet Underground. Lo Saco de la funda y empezó a vociferar:
“Mira hijo de tu putísima perra madre. ¿Ves este disco? ¡¿Ves este disco?! Es intocable, es sagrado. Nadie puede posar su inmunda mano sobre él. Sólo los poseedores de la más alta sabiduría investidos por el poder de lo alto (Les digo, que sacaba cada mamada, si hubiera estado en otras condiciones, la neta ya me hubiera muerto de la risa).
Has osado cometer una herejía y un sacrilegio. ¡Tú, inmunda cucaracha tercermundista, has cometido un grave error que ha desatado la maldición de todas las furias! Eso se paga con la muerte. Cualquiera que roba el gran disco sacerdotal tiene que pagar con su inmunda vida para calmar el apetito de venganza de los dioses. Este disco no se toca”.

Puso el disco arriba de la cubierta sobre una piedra. Tomo el bat, y lanzo un golpe hacía mí. Lo veía venir, pero el Alejandro subió la cuerda. Después los dos se pusieron a cantar la de “Dale dale dale, no pierdas el tino...” Al quinto intento, el Alejandro me dejo caer de golpe y el Juan tiró un batazo, pero cometió el grave error de no amarrarme las manos. Cuando dio el golpe, agarré el bat, lo cual me dolió muchísimo pero milagrosamente se lo quité. No sé como le hice pero lo aventé lejísimos. El Juan José se puso como loco, y profiriendo maldiciones se fue en busca del bat, diciendo que me iba a ir peor.
En lo que iba, oí el sonido de un motor. Pasaron unos segundos. Sentí un fuerte trancazo. El Alejandro me había dejado caer de golpe al suelo desde una altura de unos cuatro metros.
Resulta que en una Ram Charger, había llegado Aarón con Priscilla. Este le había dado un golpe a Alejandro y este me soltó al suelo. En lo que me desataba llegó el Juan José corriendo con el bat.

Nadie se atrevió a ponérsele al brinco a Aarón. Era un gigantón de 1 98 de estatura, jugador de béisbol, su papá era una leyenda local pozayorkina, y un campo de béisbol llevaba su nombre. Estudiaba en la prepa de a lado, la Gabino Barreda, era buena onda y siempre nos hacía paros junto con sus dos carnales y el Zambo (que eran grandes amigos, pero esta vez quien sabe que mosca le pico y se volvió malo) cuando estudiantes de otras escuelas llegaban muy bravucones a echarnos bronca. Aparte, le caían bien los enanos y chaparros como yo.
Priscilla, lo primero que hizo al entrar en su casa fue llamar a Aarón, y afortunadamente estaba en su casa y rápido se lanzaron al cementerio.

Bueno, ya en el cementerio, el Zambo no se le puso al brinco a Aarón, eran grandes amigos, siempre lo obedecía en todo, y además el Aarón se lo madreaba fácilmente. Alejandro lo intentó, pero Aarón con dos golpes lo noqueó.
Y Juan José. La siguiente escena fue de lo más delirante y surreal. Cuando caí al suelo, oí un crack de algo que se rompía. Al levantarme, no podía creer lo que veía. El disco de Velvet Underground hecho añicos. Juan José al verlo casi lloraba, corrió hacía el disco, levantó un pedazo, y empezó a llorar y a gemir y a gritar “My Precious”. Yo, consternado, empecé a llorar también. Los dos llorando en medio del cementerio, arrodillados, sangre regada y pedazos del disco rotos, enemistados y unidos a la vez por un mismo dolor.

Juan José se puso como loco, y se empezó a revolcar en el suelo, Y yo seguía inmóvil, asimilando todos los hechos, hasta dónde había llegado todo. Todo por un disco.
Lloraba, mientras seguía sangrando y viendo como el disco estaba todo roto. No podía creerlo.
Juan José ya no hizo nada. Priscilla, lloraba también. Mi ángel de la guarda llegó justo a salvarme.
Esa fue la triste y sangrienta historia ese fatídico 2 de octubre que nunca se me va a olvidar.

Después de ese incidente, nuestros caminos siguieron rumbos diferentes. Alejandro me siguió odiando, pero ya no me decía ni me hacía nada porque contaba con la amistad y protección de Aarón. Priscilla, ella siempre triste y sola como siempre, nos hicimos amigos, grandes amigos, pero por seguridad de ambos y por su hermano nunca pasamos de la simple amistad. A Juan José, lo cambiaron al Colegio Tepeyac, y siguió de loco y reventado como siempre. Después lo mandaron a Los Ángeles con su abuelita para que siguiera estudiando. Ya saben como terminó esta triste historia, mató a batazos a su amada abuela. Ahora purga una condena en una prisión de alta seguridad allá en los Estados Unidos, con grandes probabilidades de ser condenado a muerte.

Por mi parte, toda esa historia, ese disco, influyó de una manera más positiva en mi vida. Me volví rockero. Años después conseguí ese disco en CD, y formé parte de varias bandas efímeras, eso sí, con grande influencia del Velvet Underground: Ángeles de Priscilla (en honor a mi primer musa), Crazy Boomerang, Chuy Escutia y los Súper Patriotas Fronterizos, y los míticos de culto First Cat on the Moon (de donde salió el mítico guitarrista de la desconocida y enorme banda multiétnica japonesa Señorita Cometa, de los cuales otro día contaré su historia), y Los Hijos Europeos, banda que ha causado sensación en ambos lados de la frontera, con letras decadentes, y una mezcla de blues electrónico con música norteña, y dos CANTANTES negras sacadas de una iglesia Pentecostés que rapean chido, y que le meten sabrosura con unos gospels, soules, y funkies muy movidotes.

Y así es como termina esta historia amigos, espero no les haya gustado. Este es el fin, mis únicos amigos, el fin.

THE END


ESCRITA, PRODUCIDA Y DIRIGIDA POR: Jesús Antonio Hamlet Márquez Gómez.

GUION: El mismo pelao de arriba.

CAMAROGRAFA: Ciudadana Herzeleid y Conejito Literario Entertainment.

MÚSICA INCIDENTAL: First Cat on the Moon y Los Hijos Europeos.

SOUNDTRACK: The Velvet Underground & Nico (First álbum).

ACTORES:

Juan José de Jesús Martínez Ramos como Jota Jota.
Jesús Márquez Gómez como el ratero del disco.
Lizeth Tinoco Vázquez como Priscilla.
El “Zambo” como el mismo.
Alejandro Sánchez Robles como el “Malango”.
Aarón como el mismo.
Edgar Maranto como el mismo.


AGRADECIMIENTOS:
Agradecemos infinitamente a la Escuela Ignacio Manuel Altamirano y sus directores el “Camarón” y a la “Totola”, el habernos facilitado las instalaciones para la realización de esta película.
A todos los alumnos de la misma escuela (y de otras coladas, en especial a la Gabino), por servirnos de extras sin cobrar un solo centavo.
Al Panteón municipal de Totolapa, y en especial a don Agapito López Caste por hacerse de la vista gorda y dejarnos grabar en la madrugada.
Y sobre todo, un agradecimiento especial a mis héroes a quienes está dedicada esta movie: The Velvet Underground.

3 comentarios:

Karina dijo...

Insisto: corrección de estilo, corrección de estilo.

Te decía que tu magnifico cuento me ha inspirado a escribir el mío basado en The Velvet Underground también. Aun no lo termino, pero los finales que planeo son algo como el tuyo. Lamento revelar el final, pero me llama la atención que una banda despierte sensaciones tan parecidas en la gente (sé que es la misma música, pero todos podremos siempre escucharla distinto) El mismo desamparo.

Bueno Hamlet, me retiro, voy a todas las fiestas de mañana. A sufrir por mis vestiditos y a esperar a mi hombre en una esquina. Que los domingos en la mañana, con todo el tiempo que hayamos desperdiciado encima, te sean leves.

Amenazza dijo...

Jajajaja... que buen cuento. Si fue real, que freaks tus cuates...

Coincido con doña Lolita -con todo respeto-, una checadita al estilo no estaría nada mal... mejoraría muchísimo las cosas.

Ciudadana Herzeleid dijo...

A chingaus ¿a que horas puse yo la camarografía =O? Esto me lo debieron avisar los productores pues mi trabajo no fue pagado, exijo mis regalías >=(.

No se crea, mi buen Hamlet siempre bromeo =D