VIAJE AL CENTRO DE LA REPÚBLICA
Tenía vacaciones desde el antepasado lunes, o sea estaba libre desde el sábado para viajar a donde se me pegara la gana. Estaba un poco triste porque mi idea original era ocupar las vacaciones para ir al DF a la presentación del disco de Alonso Arreola.
No tenía ni idea de cuando sería la presentación. A mitad de semana, me encuentro a Prometeo en el Messenger y platicando sobre mis planes de ir a la Gran Tenochtitlan, me comenta que la presentación del disco ya había sido el pasado lunes. Me quise morir. Nadie me aviso. Ni modo, falta escucharlo en disco y a ver que tal está, que no dudo nada que ha de estar súper.
Bueno, me pase media semana pensando en ir o no ir. Total que me aventé a la aventura el miércoles en la noche. Salí para la ciudad de Poza York. Antes que nada debía ver a mis familiares. 12 horas de camino y llegué todo incómodo y desvelado casi sin dormir a Poza Rica. De ahí, tomé un autobús al centro de Tihuatlán, un pueblito cercano a Poza Rica. Allí me esperaba mi primo Samuel. Anduvimos comprando unas cosas en el pueblo, y de ahí nos fuimos a su casa en un pequeño rancho. Ahí estuve unas horas platicando con mis primos y con mis tíos. Luego, salí para un rancho llamado Ocotepunk, al que sólo se llega en carro si es que tienes carro, o a pie, si eres jodido como yo. Me fui a pie por todo un caminito, cantando rolas de The Beatles, sólo los pájaros me escuchaban y se burlaban de mi horrorosa voz. En el camino me encontraba una que otra vaca, un nada amistoso toro que me veía con cara de pocos amigos y al que se le ocurrió ponerse a descansar en el camino. Como buen cobarde que soy, no quise molestarlo, y me salí del camino y di toda la vueltota.
Ya, después de atravesar potreros, milpas, naranjales, arroyitos, etc., llegué por fin a mi destino. La pequeña casa de mis abuelos. Estuve un rato con ellos, y con mis tíos. Platiqué, descansé, y le tomé unas fotos a blanco y negro a mi abuelito Ladislao tocando su violín huapanguero. Yo también me tomé una foto con ese amado instrumento, aunque por la forma de tocarlo parezco un integrante más del Velvet Underground (por el ruiderio), y nada a mi ídolo Nicolo Paganini.
Fui con mi abuelo a cortar unas cañas para que su nieto favorito se pusiera a comer. Allí hablamos del pasado, de nuestros antepasados, de tesoros ocultos.
Mi abuelito cuando era niño, vagando por los campos vio una especie de llama que salía en la tierra. Era de noche, y fue y le contó a su padre, quien escéptico no hizo nada. Cometió el grave error de contárselo a otras personas, quienes ni tardos ni perezosos se dieron a la tarea de excavar clandestinamente en las noches, hallando un tesoro que presumiblemente fue enterrado por un tatarabuelo nuestro. Por ese error ahora somos pobres (pero honrados), ellos ricos (aunque nunca han contado el secreto). Si no, ahorita fuera rico y sobre todo fresota y mamón.
Bueno, me despedí con tristeza de ellos, dizque prometiendo regresar antes del fin de semana, aunque mi agenda estaba muy apretada, y mis planes eran hacía el centro de la república.
Con la oscuridad me regresé y llegué a casa de mis tíos, quienes tampoco querían que me fuera, pero si no me iba el viernes iba a ser fatal. Lo fue en cierta forma, pero eso lo veremos más adelante.
Así que me despedí y de nuevo a Poza York, de donde salí en la noche a la Gran Urbe de Hierro.
EL METRO
“Me metí en un vagón del metro y no he podido salir de aquí. Llevo más de tres o cuatro meses viviendo acá en el subsuelo…He querido salir por la puerta, pero siempre hay alguien que empuja, para adentro”.
Esta rola tacubesca era mi soundtrack de la fobia de perderme en el metro, la cual se acrecentó al llegar al capital., y tener enfrente a la larga serpiente naranja.
Mi amiga Karina Almaráz sería mi anfitriona, pero como buena anfitriona, me dio instrucciones para llegar a Muzquis. Y ella allá me esperaría en vez de ir por mí hasta la central. Total, tuve que enfrentar mis miedos y le agradezco a Karina haberme ayudado.
Llevaba un plano que saqué por Internet y que fue de valiosa ayuda. Sin el hubiera sido más difícil todo. Lo importante es que ya sé como es el funcionamiento del metro. Sólo falta saber y conocer de memoria las estaciones sin ayuda del mapa.
En mi estancia en el DF de un día y medio, me subí al metro como no tienen idea y recorrí casi todas las líneas y toda la ciudad. Es algo que me gustó y ahora mi rola ya no es la de Café Tacuba sino la del maestro Chava Flores, la que dice:
“Voy en el Metro... ¡Qué grandote,
Rapidote y qué limpiote!
¡Qué “deferencia” del camión
de mi compadre “Jilemón”
que va al panteón.”
Sí, ya sé que esta es una postal atrasada, pero aún así es preferible pagar dos pesos que pagar cientos de ellos e irte en un taxi, con un chofer que puede resultar un trácala o un psicópata en el peor de los casos.
ESCUCHANDO A DYLAN EN LA MADRUGADA CON UNA TAZA DE TÉ.
Seguí las instrucciones de Karina. Llegué tempranito como a las 6 30 a Muzquis. Karina llegó después.
¿Qué debía haber sucedido tras el encuentro? Esto es lo que dijo alguna vez Karina:
30.- ¿Si te encontrarás a este bloggero en la calle, que es lo primero que harías o dirías?
Karina: Lo miraría fijamente a los ojos, lo tomaría de los hombros y le lavaría las muelas con mi lengua, para después, sin aire en él, decirle: “¿Verdad que La Barranca apesta?”
¿Qué realmente sucedió? Nada, sólo un saludo y un beso en la mejilla. Y no es que realmente quisiera que sucediera lo que ella escribió, sino que para que escribe eso y no lo hace.
Bueno, tomamos un taxi y llegamos a su casa en Ecatepunk. Me invitó un rico y caliente té (ya que no tomo café, cervezas ni bebidas alcohólicas). Sacó su colección de discos. Pequeña, pero muy buena. Tenía el famoso de Dylan, el concierto de 1966 en donde lo llaman Judas, traidor. Sublime y todo muy surreal.
Luego, bajó su papá, muy buena onda, aunque Karina tiene otra percepción de él. En el fondo ambos somos iguales, nos une un yugo de esclavitud invisible.
Conocí a su mamá, que también es buena onda. Y también conocí a la famosa Elenka Jackson, la hermana menor de Karina y cuyo blog de los Paramoloides me gusta mucho por ser sencillo y neto. No me la imaginaba como era, pero me cayó muy bien.
También conocí a Gaby, su otra hermana, pero pues no hablé con ella y parece más seria.
Después de almorzar, vimos la película sublime del el Show de Horror de Rocky (Película que el mamón de HGM no ha visto), muy divertida, y aunque me estaba casi durmiendo por dos días sin hacerlo, me gustó mucho. Después salimos a varias partes. Primero a la editorial para que le dieran un cheque que tenía que cobrar y que nos alivianaría un poco. Luego, a buscar a su primo Taz para que le firmara el cheque para poderlo cobrar. Nunca lo encontró. Luego fuimos al centro con sus amigos de una estación de radio. Allí conocí al Koyote, un bloggero que me cayó bien, que se ve bien inteligente, sabe mucho de cómics.
Era un programa en vivo de radio por Internet. Era un especial de cómics y de música surf (nada que ver una cosa con la otra). Era el Koyote y otro chavo quienes la hacían de locutores, y Karina también metió su cuchara. Muy divertido y buen programa.
Salimos de ahí a la casa de Karina. Era un poco tarde. Karina pensaba regresar a seguir con sus amigos, y yo, a ver a Monocordio a Coyoacán, sólo, ya que Karina no tiene permiso de andar tan de noche, Prometeo iba a salir a Morelos a buscar sus raíces (?), Y Gaby Boo, pues no podía porque salía tarde del trabajo. Me tendría que ir sólo.
Regresamos. No estaban los padres de Karina. Salimos de nuevo al centro. Karina con sus amigos a una cantina. Allí estaban todos muy cucos. Karina me da las instrucciones para ir a Coyoacán, y regresar a su casa. Me indica que regresé al metro a más tardar a las 11. ¿A las once? La tocada empieza a las 10 30. O sea media hora nada más, y córrele al metro porque si no ahí te quedas.
Nos despedimos. Llego al metro y rumbo a Coyoacán. Un taxi al centro del mismo.
PRIMERA PESADILLA.
Mucho tráfico. El taxista me engaña, y me lleva a una plaza muy bulliciosa. Me dice que ahí está el Bar el Vicio. Mucha gente y un lugar muy cool, con una aura mágica y sublime, un lugar de una paz que me dieron ganas de vivir en ese barrio.
Preguntaba a todos los que me encontrará si conocían el dichoso bar, y nadie lo conocía.
Desesperado (no llevaba la dirección), entré a un cyber, y chequé por Internet. Madrid 13. Preguntar por esa calle, que tampoco nadie conocía.
SEGUNDA PESADILLA
Craso error. La misma gente de ahí me recomienda preguntar a unos policías. Amablemente me dicen más o menos donde queda. Sin embargo, las instrucciones son malas y me pierdo y nunca encuentro las calles.
Se hace tarde y son casi las once.
Después de muchas vueltas, un señor de una tienda me dice más o menos donde queda la calle.
LA HORA DEL TIEMPO
Por fin llego al Bar el Vicio. Un lugar escondido, lejos de los otros centros y bares. Un lugar pequeño pero muy hermoso.
No sabía que hacer, entrar o regresarme. Opto por quedarme, sin importarme las pesadillas que vengan después.
El lugar es pequeño, el escenario está muy cerca, y el público amable, al igual que los dueños del lugar. Todos somos bienvenidos en ese lugar.
Me siento un poco extraño en un lugar extraño.
Veo a una chava a un lado de mi. Me sonríe, pero se equivoca y piensa que soy un conocido. Veo a una chava alta que platica con otras personas. Alguien la nombra Verónica Maza. ¡Es la famosa Verónica! La de La Mosca y de Milenio.
Una chavita morena que habla con ellos, pensé que era periodista, me imaginaba que tal vez era Yareni Torres. Se sienta a mi lado, y le pregunto si escribe en La Mosca, me dice que no. Se llama Guiliana y es nada menos que una de las coristas de los Pechos Privilegiados de Cristina. Está con el bajista, un pelón llamado Oscar Alcina. Le pregunto por Hugo. Me dice que tal vez llegué, aunque no es probable, es medio mamón y siempre cree que es cool ser el gran ausente.
Se retira porque el concierto ya va empezar. Un hombre alto, con el pelo largo, canoso, y una gabardina se sienta enfrente de mí. Veo su perfil y se me hace conocido. Le quiero hablar pero se pone a platicar con la primera chava que me sonrió. Parece que es su novia, aunque el parece doblarle la edad. Ella muy cariñosa, pero el muy serio, se le ve triste y cansado.
Más tarde, mi teoría se confirma, es Armando Vega Gil, alías el Armambo Gueva Vil, músico de La Maquinita de Pachuca, y de Botellita de Jerez (todo lo que digas será al revés yosoy, y será usado en tu contra). Otro de mis héroes escritúrales enfrente de mí.
Afortunadamente traigo dos moscas en la pared. En una de ellas viene todavía el Diario íntimo de un Guacarroquer (dando ya sus patadas de ahogado). Le pediré un autógrafo.
Es hora de iniciar el concierto. Sale otro de mis héroes: Fernando Rivera Calderón. Laura Vázquez en el teclado. Sencishita y muy bonita la argentina. En el bajo, el carismático Martín Durán, fiel y eterno acompañante de mil guerras psicotrópicas de FRC, quien por cierto era su cumpleaños y a quien le cantamos las mañanitas más cortas del planeta. En le guitarra, un tal Adrián Rodríguez. Zurdo como Hendrix, tocaba con efectividad la lira. En la batería, un vato también efectivo, conciso, preciso, y macizo que desgraciadamente no recuerdo su nombre. Y en las percusiones, el también sencillo y buena onda, el Sr. González.
Juntos, con Fernando en la guitarra acústica, dieron un gran concierto:
I N O L V I D A B L E.
Yo conocía al FRC. Es mi héroe periodístico. Sabía que tenía una banda de rock. Pero lo que no sabía es que tenía una sensibilidad enorme para componer canciones que se quedan en tu inconsciente. Belleza y furia. La hermosura del caos. FRC es un tipo que sabe muy bien asimilar sus influencias. Preciosismo que lo mismo da cabida a los Beatles, a los Beach Boys, Esquivel, Pink Floyd, Radiohead, Muse, Sigor Ros, y un largo y efectivo etcétera.
¿Cómo explicar y describir con palabras lo inexplicable, lo etéreo, la belleza que entra en nuestros oídos y nos hace viajar, soñar, que nos transporta hacía mágicos e imposibles universos?
Así es la música de Monocordio, la cual es infinitamente potenciada al ser reproducida en directo. (¡Urge pero a la voz de ya, un dvd en vivo!). Un caos sonoro, una furia incontenible pocas veces visto, y eso que FRC no es un artista que se dedique mucho tiempo a andarla rolando como músico, al menos no tanto como sí lo hace como escribidor, y periodista. Verlo en vivo es toda una experiencia no apta para aburridos y apáticos. Es todo un showman, todo un rockstar. Aunque su apariencia inofensiva, nerd, fresa, bobalicona (esos lentes), hagan ver lo contrario, en el escenario FRC se convierte en otra cosa totalmente letal con esa guitarra acústica tocada de un modo totalmente punketo.
Nunca lo había presenciado en vivo, alguna vez lo vi en Animal Nocturno con Betty Page, y me encantó, pero esto es totalmente diferente. Tienen que vivirlo por ustedes mismos.
Por lo mismo, no conocía la mayoría de las canciones, pero el hecho es que aun sin conocerlas, todas me gustaron y me prendieron.
Monocordio es un artista en toda la expresión de la palabra. Un artista que merece ser escuchado en toda la república y ser tocado en la radio. Os aseguro que hasta al más popero, al más rudo dejará estupefacto y con buen sabor de oídos.
HÉROES DE CARNE Y HUESO
Terminando el concierto que nadie quería que terminara, me lance sobre mis héroes. Primero sobre el señor de la gabardina. Le pregunte si era el Armiados. Que sí. Lo saludé, y le pedí que me diera su autógrafo, a lo cual amablemente accedió firmándome una mosca en la pared que traía con las Aventuras de un Guacarroquer. Después una foto con él y con el Señor González.
Después, para adentro del minicamerino donde todos estaban apretujados. Ahora, unos autógrafos con Fernando, y una foto loquísima con él, ambos con sombrero de copa.
Allí vi a otros dos héroes guitarrísticos: Alex Otaola grabando con su cámara, y José Manuel Aguilera. No me tomé fotos con ellos, ni les pedí autógrafos. Deje que disfrutaran el momento como unos simples mortales más.
PESADILLA NÚMERO TRES (PERDIDO EN COYOACÁN)
Bien, el concierto acabó como a la una o dos de la mañana. No sabía que hacer. Ya no había metro a esas horas. Quise hacer tiempo allí para que se hiciera más temprano y después irme al metro, al más temprano que hubiera.
Por más que escuche el buen son de el grupo de casa llamado Son de Aquí, quienes hicieron bailar a todos (roqueros incluidos), pasó el tiempo y bueno tenía que marcharme. Mi error fue nunca preguntar la hora. Pensé que ya eran mínimo las cuatro. Una hora haciéndome pendejo en la estación. Que den las cinco y tomo el primer metro. Después de un rato vagando en Coyoacán, pensé llamar a Karina, pero, aquí viene lo malo. El teléfono lo tenía perdido, por más que busqué nunca lo encontré. De nada servía que llegara a su casa, si me iba a quedar afuera, en una colonia desconocida y peligrosa. No sabía que hacer. Tome un taxi y le dije que me llevara al metro de Coyoacán. Allí supe que por ser sábado abrían hasta las siete, o sea que mínimo tendría que estar unas tres horas esperando.
Para no hacerla larga, tome un taxi a Muzquis, pensando que allá todavía habría taxis para Granjas de Guadalupe. Se veía peligroso. No había nada, y mejor tomé un taxi a la central de autobuses y allí me quede. Aunque no dormí. Vi un cyber, y allí escribí el post anterior.
EL REENCUENTRO
Tempranito tomé el metro y de nuevo a la casa de Karina. Llegué, toqué y nadie me abrió. Vi el taxi de su papá y allí estaba su teléfono. Salí y le llamé. De nuevo a su casa. Me abre y a contarle todo lo que ya les platiqué.
Es hora de despedirnos, aunque yo tengo otros planes antes de abandonar México.
Ella parte rumbo con su tía, yo al centro de México a buscar un disco. Me llevo de recuerdo un disco doble de Leonard Cohen, y un libro de un tal Fran Ilich, llamado Metro Pop que Karina me regaló. Por cierto, ese libro es como un retrato, un espejo, una biografía de mi vida incierta, y sin futuro.
Gracias por todo Karina. Espero verte pronto.
GABY BOO
Gabriela es una chava chilanga con la que he tenido relación por medio del mail desde hace un buen de años gracias al extinto foro de La Mosca. De hecho, ella iba a ser la guía original, pero por su trabajo no lo pudo hacer.
Traía su teléfono, y se me ocurrió llamarle. Estaba en su trabajo pero me dijo que la esperara en el Zócalo a las 6 de la tarde. Acepté.
DORMIDO DESPIERTO
Yo ya estaba cansado, sin dormir, y me sentía mal. Caminaba, pero parecía que estaba en otro mundo, me sentía parte de un sueño. Caminaba, y parecía que flotaba, me sentía como un fantasma. La gente hablaba, pero yo las escuchaba lejanamente. Me sentía muerto.
Las horas pasaban lentamente y yo estaba muy cansado. Me di un rol por todo el centro y me pareció maravilloso, pero con hambre y sueño no es lo mismo. Karina y yo tenemos el común de malpasarnos.
En el zócalo se celebraba algo que me da flojera escribir, el chiste es que había un concierto. Unos chavos bien fresones, carilindos y con pinta de ser mamones vestidos a la inglesa llamados algo así como Tacto Esperta o no se que mamadas, pero el chiste es que tocaban muy chido, me sorprendieron, nada que ver con la modita indie, era una mezcla de música entre Pink Floyd y The Mars Volta, totalmente viajado y alucinado. Lo malo es cuando el tecladista se ponía a cantar. Mejor deberían de ser sus rolas largos viajes instrumentales.
Después, caminé y caminé por la gran ciudad. Me metí a la catedral, y casi me dormía en una banca, mejor me salí. Comí. Y volví a caminar, perdiéndome en el centro en muchas calles llenas de vendedores ambulantes. Cuando por fin salí, llegué a una calle llena de librerías, todo un agasajo y yo sin dinero. Entré y la neta que lástima que en mi ciudad no haya ni siquiera una librería del tamaño de una de esas. Me sentía como perro flaco hambriento afuera de una carnicería.
EL ZÓCALO
El Ombligo de México es algo sui generis. Me da risa la ingenuidad de todas las personas con sus campamentos. Algunos por buenas causas, otros por ser manipulables, pero al igual todos ingenuos, y me imagino sin nada productivo que hacer. Se me hace de lo más estupido, inútil e idiota instalar un campamento en el zócalo o en el lugar que sea, si a lo largo de los años se ha demostrado la inefectividad de esos métodos anacrónicos y anticuados.
Veo a un concierto contra la No violencia contra mujeres y niñas. Oigo a las viejas (lesbianas probablemente) parloteando, ni siquiera saben hablar en público, dicen cada pendejada, no saben comunicar sus mensajes. Veo las masas escuchando algo que no entienden. Me alejo de allí.
Exposiciones aburridas del mismo tema. Obras de teatro que no pueden ser escuchadas por la misma música de los organizadores. Se notan aburridas, aunque las masas manipulables emocionadas les creen todo lo que dicen y andan de stand en stand recolectando flyers, folletos e información que no dudo acabaran en la basura.
Más adelante grupos de comunistas, que viven en otro mundo, les veo su cara y me es imposible pensar que alguien todavía crea en Lenin, en Marx, en Engels, en el asesino de Stalin, en Castro, en el Che Guevara. No lo puedo creer, pero hay gente que todavía lo hace, y gente que los sigue.
Luego, los neo aztecas danzando y haciendo rituales dizque mágicos y embaucando a cualquier pendejo. Lo peor, todo el zócalo lleno del humo apestoso del incienso.
Y, los de la Appo y otras organizaciones. Pinches Huevones, oportunistas, me imagino son los mismos que andan en toda marcha y plantón.
Neta, si no fuera por esa gente, el zócalo realmente fuera un lugar mágico.
GABY BOO 2 PARTE
La hora se acercaba, tenía ganas de ir al baño. Me metí a uno de los campamentos que tienen en el zócalo, no recuerdo si era de la APPO o de alguna organización comunista o similar. Pagué dos pesos, y neta, me dio risa y muchas ganas de tomarle una foto a los baños futuristas de estas organizaciones: Cuatro garrafones cortados a la mitad, jajajá se pasan, que imaginación.
Después salí, le hable a Gaby a su celular, y ya estaba en el ombligo de la república, aunque cobardemente fue acompañada de una amiga. No es lo mismo lo que dices por mail que la realidad cruda, no es lo mismo ser amigos de lejos, que tenerte enfrente.
Avance y llegué con mi amiga. Se veía diferente. El pelo negro y no como las fotos que me envió. Aunque su belleza es innegable. Me gusta su forma de hablar, achilangada con toques de española. Iba acompañada de una chavita alta y güera llamada Karina (para variar), la cual es diferente a ella, más fresa, y más ¿cómo decirlo? Bueno, se parece más a mí, y no tiene la loquera y desfachatez de Gaby.
Después de saludarnos, salimos y me llevaron a varios lados: El Sanborns de los Azulejos, el Palacio de Bellas Artes, al cual le tomé unas fotos desde lo alto de la Torre Sears. Y luego a Garibaldi, lo cual será porque no tomo, o será porque no me gusta mucho la música de mariachis, y mi mente está en otras músicas, o será porque nunca me he identificado con el nacionalismo chafa de nuestro país, y aborrezco de todos los clichés que dizque nos identifican, o no sé, pero no me emocionaba estar en esa plaza tan mítica. Les decía, yo soy muy cohibido, pero si hubiera estado sólo con Gaby, otra cosa hubiera sido. Tenía planes, pero todos los tiré por la borda.
Me despedí de ellas, y no sé que pase en el futuro, si es que pasa algo. Sólo me di cuenta de algo, soy bien fresa, convencional, no me parezco en nada a Gaby o a Karina Almaráz. Si acaso sería gran amigo de ellas, me juntaría para ver películas, conciertos grandes (no cualquier conciertillo), o simplemente escuchar rolas en nuestras casas y nada más.
Después de despedirme sentí un gran vacío en mi alma, me siento como empezando una nueva era. No sé describirlo. Me sentía mal. Quería ya no escribir, tirar todo a la basura. Aquí estoy y ya no sé que hacer.
POZA YORK AGAIN
De nuevo en Poza Rica. Llegué de sorpresa tempranito. Ahora si dormí como lirón, y tragué como león. Allí me enteré de varias noticias buenas y malas:
TRES MUERTES EN UNA SEMANA
Jesús Blancornelas, uno de mis héroes periodísticos muere en Tijuana. Me siento mal. Era un periodista que te hacía sentir que no todo es corrupción en ese mundo. Uno que siempre hablaba con la verdad y que no temía al narco. Con su partida me siento inseguro, no sé en quien confiar.
Valentín Elizalde muere a balazos en ¡REYNOSA! Miren nada más, dejo el terruño y miren que pasa. La muerte me dio risa, no porque lo hayan matado, sino porque fue en Reynosa. Pinche ciudad, sólo es conocida por sus escándalos.
Ayer leí que creo que es obra de los carteles, y que tienen en la mira a los Tucanes de Tijuana, a Beto Quintanilla. Sería un bien a la humanidad y al mundo de la música.
AUN HAY MÁS.
Esta muerte la pongo aparte. Ironías de la vida. Raúl Velasco muere el día en que lo iban a homenajear. Como me dio risa esa noticia.
Lo peor es algo que alcance a oír por medio de Maná, en el homenaje, para eso vamos a dos de los grandes momentos ridículos del rock mexicano:
GRANDES MOMENTOS RÍDICULOS DEL ROCK MEXICANO 1 PARTE
Allison en un programa del otro lado llamado Caso Cerrado. Eran testigos de una pareja de adolescentes oligofrénicos los cuales según se habían hechos novios con la canción de Frágil (una de las canciones con uno de los estribillos más abominables y torturadores de oídos). Después, el grupo, haciendo el ridículo tocando esa rola en la sala, evidentemente haciendo play back. Vergonzoso.
GRANDES MOMENTOS RÍDICULOS DEL ROCK MEXICANO 2 PARTE
Maná, en el homenaje a Raúl Velasco. Alex y Fher, felices y conmovidos declaran que Raúl Velasco fue un “adelantado a sus tiempos”, por permitir la incursión de grupos de rock en español en su programa. O sea, si Raúl no hubiera permitido a estos grupos la oportunidad de incursionar en su fascista programa, ¿el rock en nuestro país no estuviera desarrollado, o estuviera más atrasado?
¿Qué acaso no saben, que es por culpa de estos programas que nuestro rock se encuentra atrasado, en el subdesarrollo musical, y con otras miras que no son la calidad, la experimentación, sino las ventas, y la popularidad? ¿Qué no saben que Siempre en domingo, era un programa que no daba un paso sin guarache? Nunca presentaban un grupo nuevo nomás por buena onda, sino porque eran fríos y calculadores y sabían que les redituaría dinero.
Ah, pero olvidaba. Maná les debe mucho. Recuerdo su debut, cuando eran sólo tres (Juan Diego, Alex y Fher), todavía eran jodidones e ingenuos, todavía tenían cierta magia y encanto, cuando Alex tocaba su pequeña batería (no el monstruote que trae ahora) descalzo y con una frescura, cuando juntos cantaron la que dice “Eah, queremos paz y no la guerra” Lejanos tiempos, pero esa plataforma hizo que se elevaran y ahora sean los más famosos roqueros mexicanos en todo el orbe. Por eso dicen estas palabras que para ellos sí tienen mucho sentido.
TUZOS CARNIVOROS DEVORAN A UN PUMA ARROGANTE
Otra noticia que me alegró el día. Estaba durmiendo en casa de mis tíos. Mi tío y su familia entera es fan del Pachuca, excepto un primo que vive en Reynosa y que con su familia le va al América. Oí un grito jubiloso de ¡Goooooooooooooooollllllllllllllllllllll!!!!!!!!!!!! Era mi tío y mi primo. Era del Pachuca sobre los Pumas últimamente se han doblegado sobre el Pachuca, ya los agarramos de clientes.
No quise pararme. Sólo escuchaba como se iba consumiendo el tiempo. Tenía miedo de que anotaran un gol los felinos, así que como una mantra me puse a cantar rolas de Queen para consumir al tiempo. Unas cinco rolas, y el árbitro silbó el final. Los Tuzos ganaron y ahora van los Diablos Rojos del Toluca. Espero que este año sean doblemente campeones. Que ganen la sudamericana contra el Colo Colo, y que la final le ganen al Guadalajara, o al América. Puede que me equivoque, pero este equipo tiene algo mágico que les hace ganar y conseguir lo imposible, lo que nunca nadie ha logrado.
Esperemos que nos den una sorpresa, y si no, pues ni modo, así es el fútbol.
THE END
Me levanté contento. Vi los otros partidos. Fuimos a ver a una tía, y de nuevo a la central ya para irme a Reynosa. Otra vez sin dormir en el autobús. Llegué el lunes temprano a casa. No fui a trabajar. No lo extraño. Estaba muy cansado. A ver que sucede hoy. Este es un post largísimo, son postales. Pueden leerlo en pedazos. En el orden que quieran.
Espero regresar a México City con más calma y conocerlos más. Saludos desde Reynosa la polvorosa.
martes, noviembre 28, 2006
sábado, noviembre 25, 2006
POST A LO LOCO
Tantas horas sin dormir (mejor dicho días), creo que voy a morir.
Viajando como loco lo mismo por veredas, caminos rurales, y en la gran serpiente naranja.
Una angelita que me dio hospitalidad y yo irresponsablemente perdido en la gran ciudad.
Las tres de la mañana y ando perdido por territorios prometeicos.
Todo atarantado por mas de tres dias sin dormir.Nadie sabe donde estoy.Me pregunto que hago aquí.
Puta Computadora de mierda y el pendejo que me atiende.
Escribiendo a las 6 de la mañana. Friazo que hace.
Una noche sublime. Monocordio.
Mana mana, mana, mananá. El Cumpleaños de Martín.
Departiendo con las chavas de Los Pechos Privilegiados, con ¡DON ARMANDO VEGA GIL!, Martin Durán, el Sr.González, Laura Vazquez, y dos barrancos.
Lo mejor y mas surrealista. FRC, Laura Vázquez, El Armiados, Alex Otaola, Verónica Maza... todos felizasos de la vida bailando con sabrosura los ricos sones, y salsas de Son de Aquí.
Luego, dejen que me reponga, les pongo bien la reseña, y subo las loquísimas fotos y autografos de mis heróes preciosos. Good Bye, me voy antes de que me busquen por Locatel.
NOTICIA DE ÚLTIMA HORA
Por andar incomunicado estos últimos días, pasé desapercibida esta noticia trágica. El día 23 falleció uno de mis más grandes heroes períodisticos. DON JESÚS BLANCORNELAS (así con Mayúsculas), uno de los periodistas más valientes que hayan existido en este país, al grado de recibir constantes amenazas de muerte, y alguna vez sufrió un atentado que puso en riesgo su vida, y en el que su chofer murió.
Un periodista valiente y veraz, y que siempre ponía el dedo en la llaga, por eso lo temían, lo respetaban y lo odiaban los mafiosos, los narcos, los políticos corruptos. Es una verdadera lástima. Dejá un hueco que no será jamás llenado.
Descanse en paz uno de mis heroes que no dudaría en ponerlo en la portada de mi Peppers personal.
The End.
Viajando como loco lo mismo por veredas, caminos rurales, y en la gran serpiente naranja.
Una angelita que me dio hospitalidad y yo irresponsablemente perdido en la gran ciudad.
Las tres de la mañana y ando perdido por territorios prometeicos.
Todo atarantado por mas de tres dias sin dormir.Nadie sabe donde estoy.Me pregunto que hago aquí.
Puta Computadora de mierda y el pendejo que me atiende.
Escribiendo a las 6 de la mañana. Friazo que hace.
Una noche sublime. Monocordio.
Mana mana, mana, mananá. El Cumpleaños de Martín.
Departiendo con las chavas de Los Pechos Privilegiados, con ¡DON ARMANDO VEGA GIL!, Martin Durán, el Sr.González, Laura Vazquez, y dos barrancos.
Lo mejor y mas surrealista. FRC, Laura Vázquez, El Armiados, Alex Otaola, Verónica Maza... todos felizasos de la vida bailando con sabrosura los ricos sones, y salsas de Son de Aquí.
Luego, dejen que me reponga, les pongo bien la reseña, y subo las loquísimas fotos y autografos de mis heróes preciosos. Good Bye, me voy antes de que me busquen por Locatel.
NOTICIA DE ÚLTIMA HORA
Por andar incomunicado estos últimos días, pasé desapercibida esta noticia trágica. El día 23 falleció uno de mis más grandes heroes períodisticos. DON JESÚS BLANCORNELAS (así con Mayúsculas), uno de los periodistas más valientes que hayan existido en este país, al grado de recibir constantes amenazas de muerte, y alguna vez sufrió un atentado que puso en riesgo su vida, y en el que su chofer murió.
Un periodista valiente y veraz, y que siempre ponía el dedo en la llaga, por eso lo temían, lo respetaban y lo odiaban los mafiosos, los narcos, los políticos corruptos. Es una verdadera lástima. Dejá un hueco que no será jamás llenado.
Descanse en paz uno de mis heroes que no dudaría en ponerlo en la portada de mi Peppers personal.
The End.
domingo, noviembre 19, 2006
CUENTO ATERCIOPELADO (FINNIS FINUM)
UNA MADRIZA INOLVIDABLE
“¡Dónde tienes mi disco, maldito cerdo capitalista!”, me reclamaba el Juan José mientras me agarraba de las greñas. (J. J. Era medio mamón y siempre inventaba frases medias mamilas para ofender). A mi alrededor veía las caras de angustia de mis compañeros, nadie se atrevía a defenderme. Más allá veía la cara del puto “Malango”, a lado del “Zambo”, ambos sonreían. Allí me di cuenta de que Alejandro había sido el chismoso que le dijo que yo había sido el que me robé el disco, todo para quedar bien con Juan José y con su hermana.
Mientras me tenía doblegado, también pude ver la hermosa cara de un ángel angustiado: Era Priscilla, que casi lloraba, pero ella no podía hacer nada, y todavía no se imaginaba lo que sucedería más adelante.
Después de unos minutos que me parecieron eternos, después de varios golpes, una nariz sangrada, varios improperios, y un escupitajo, por fin confesé para vergüenza mía delante de todos los de la escuela que yo había robado el disco.
Me obligó a ir a la casa de mi tío Lencho a traer el disco. Nos subimos (o me subieron mejor dicho) a la camioneta, adelante iba Juan José manejando, y escuchando nomás por hacerme sufrir a The Beatles (los respetaba, los admiraba pero no eran su grupo favorito, sólo lo hacía por joderme ya que a mi me encantaban y siempre decía que eran los más grandes de todos los tiempos), a su lado iba Priscilla, nerviosa y llorando, y a un lado de la puerta iba el “Malango”.
Atrás, como perros, íbamos el “Zambo”; y un servidor (les digo que el JJ era muy mamila y payaso, me llevaban esposado como si fuera un delincuente), que estaba muerto de miedo, y más al ver el famoso bat de béisbol con el que torturábamos a los animales, y también una cuerda pero más grande y más gruesa.
Primero fuimos a la casa de Priscilla, ella se bajó de la camioneta y el Juan José le dijo: “Ahorita regresamos, vamos al cementerio a una piñata”, mientras se reía burlonamente.
Después llegamos a la casa de mi tío Lencho. En el camino iba pensando en una estrategia para escaparme de este trío de pendejos: ¡Jonatan!, el huevón de mi primo. Él era un buscapleitos de primera. No le tenía miedo a nadie, y la verdad es que siempre ganaba, y ya se había agarrado con tres cuatro o cinco a la vez. Era lo que más le encantaba, partirle la madre a cualquier incauto o pendejo que se le quedara viendo, o que le cayera mal. Como aquella vez en que les estrelló el parabrisas a una patrulla, no corrió, y esperó a que se bajaran los tres marranos y se los madreó el solito.
Jonatan era mi salvación. Entré a la casa de mis tíos. A fuerza tenía que salir ya que si Jonatan estaba loco, Juan José estaba peor y era capaz de meterse a la casa y sacarme a rastras, y también era capaz de golpear a mis tíos, (el era una mezcla entre Alex de Naranja Mecánica y el “Jaibo” de Los Olvidados).
Al entrar estaba mi tía Elfa (se llama Filadelfa, igual que el famoso y sabroso queso crema) en la cocina, le pregunté por Jonatan, ¡Maldita sea! Siempre estaba de huevón en la casa, y ahora resultaba que había ido al rancho de su papá en Tihuatlán.
Ahora sí, ya no tenía salvación. Subí por el disco, y por la ventana vi a los pendejos fumando. Sólo el JJ no fumaba, estaba al volante como desesperado. Tomé el disco, lo acaricié, y me lo pegué al pecho. Casi lloraba, y sentía entre rabia, desesperación e impotencia. No quería separarme de esa joya, esa joya que me estaba atrayendo problemas. Me daban ganas de romperlo, pero eso me metería en un problema mayor.
El sonido de un claxon me hizo volver a la cruda realidad. Era el Juan José que me apuraba a que bajara. Baje las escaleras y me despedí de mi tía.
Afuera el Juan José se puso feliz al verme con el disco. “Aquí está, discúlpame por habérmelo llevado. Ya todo está aclarado y en paz”. ¿En paz? ¿Cuál paz?
¡Sopas! Un trancazo en el estomago me hizo doblarme, mientras el “Zambo” me ponía de nuevo las esposas, y ahora me metía a la cabina. Una vez adentro, me puso un saco de maíz en mi cabeza, y que me impedía ver que sucedía o hacía donde me llevaban.
Sólo oía risas, y después unos golpes como de un palo de escoba en mi cabeza mientras el loco de Juan José se reía esquizofrénicamente. (Después supe que eso lo sacó de la película La Masacre en Texas, cinta que yo nunca había visto, pero Juan José sí, y era una de sus favoritas).
Después de un rato, llegamos a un camino no pavimentado, y a lo lejos se escuchaba el sonido del correr del agua, de un arroyo. La camioneta se estacionó. Abrieron la puerta y me aventaron en el suelo. Caí como costal de papas. El Zambo me levantó, me quito las esposas, y el saco. Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, pude ver que estábamos a la orilla del arroyo, en pleno cementerio, en el lugar donde torturábamos a los animales. Presentía lo peor, yo mismo sería una piñata humana.
¡Bienvenido a tu pesadilla!, me dijo sonriente Juan José de Jesús. Dicho esto me derribó de una patada. Allí empezó efectivamente mi pesadilla, entre los tres me empezaron a golpear y a patear inmisericordemente. Después de casi media hora de golpiza acompañada por la música de Velvet Underground, el Zambo me amarró de los pies con la cuerda, y después aventó la misma al mismo árbol en donde sacrificábamos a los animales.
No lo podía creer, ahora el Malango ocupaba mi lugar, el subeybaja de las piñatas vivientes. No pesaba mucho, y el Alejandro jalaba la cuerda mientras mi cuerpo se elevaba por los aires. El Zambo dijo que el no quería tener nada que ver, el muy naco saco una revista que creo era la de Kalimán, se fue a su troca, quito el cassette, y puso el radio en una estación tropical, música que le encantaba, y no la música esquizofrénica paranoica que nosotros escuchábamos.
La diversión quedo entonces repartida entre dos. Alejandro me subía y me bajaba. Juan José fue por el bat, y por el disco de Velvet Underground. Lo Saco de la funda y empezó a vociferar:
“Mira hijo de tu putísima perra madre. ¿Ves este disco? ¡¿Ves este disco?! Es intocable, es sagrado. Nadie puede posar su inmunda mano sobre él. Sólo los poseedores de la más alta sabiduría investidos por el poder de lo alto (Les digo, que sacaba cada mamada, si hubiera estado en otras condiciones, la neta ya me hubiera muerto de la risa). Has osado cometer una herejía y un sacrilegio. ¡Tú, inmunda cucaracha tercermundista, has cometido un grave error que ha desatado la maldición de todas las furias! Eso se paga con la muerte. Cualquiera que roba el gran disco sacerdotal tiene que pagar con su inmunda vida para calmar el apetito de venganza de los dioses. Este disco no se toca”.
Puso el disco arriba de la cubierta sobre una piedra. Tomo el bat, y lanzo un golpe hacía mí. Lo veía venir, pero el Alejandro subió la cuerda. Después los dos se pusieron a cantar la de “Dale dale dale, no pierdas el tino...” Al quinto intento, el Alejandro me dejo caer de golpe y el Juan tiró un batazo, pero cometió el grave error de no amarrarme las manos. Cuando dio el golpe, agarré el bat, lo cual me dolió muchísimo pero milagrosamente se lo quité. No sé como le hice pero lo aventé lejísimos. El Juan José se puso como loco, y profiriendo maldiciones se fue en busca del bat, diciendo que me iba a ir peor.
En lo que iba, oí el sonido de un motor. Pasaron unos segundos. Sentí un fuerte trancazo. El Alejandro me había dejado caer de golpe al suelo desde una altura de unos cuatro metros.
Resulta que en una Ram Charger, había llegado Aarón con Priscilla. Este le había dado un golpe a Alejandro y este me soltó al suelo. En lo que me desataba llegó el Juan José corriendo con el bat.
Nadie se atrevió a ponérsele al brinco a Aarón. Era un gigantón de 1 98 de estatura, jugador de béisbol, su papá era una leyenda local pozayorkina, y un campo de béisbol llevaba su nombre. Estudiaba en la prepa de a lado, la Gabino Barreda, era buena onda y siempre nos hacía paros junto con sus dos carnales y el Zambo (que eran grandes amigos, pero esta vez quien sabe que mosca le pico y se volvió malo) cuando estudiantes de otras escuelas llegaban muy bravucones a echarnos bronca. Aparte, le caían bien los enanos y chaparros como yo.
Priscilla, lo primero que hizo al entrar en su casa fue llamar a Aarón, y afortunadamente estaba en su casa y rápido se lanzaron al cementerio.
Bueno, ya en el cementerio, el Zambo no se le puso al brinco a Aarón, eran grandes amigos, siempre lo obedecía en todo, y además el Aarón se lo madreaba fácilmente. Alejandro lo intentó, pero Aarón con dos golpes lo noqueó.
Y Juan José. La siguiente escena fue de lo más delirante y surreal. Cuando caí al suelo, oí un crack de algo que se rompía. Al levantarme, no podía creer lo que veía. El disco de Velvet Underground hecho añicos. Juan José al verlo casi lloraba, corrió hacía el disco, levantó un pedazo, y empezó a llorar y a gemir y a gritar “My Precious”. Yo, consternado, empecé a llorar también. Los dos llorando en medio del cementerio, arrodillados, sangre regada y pedazos del disco rotos, enemistados y unidos a la vez por un mismo dolor.
Juan José se puso como loco, y se empezó a revolcar en el suelo, Y yo seguía inmóvil, asimilando todos los hechos, hasta dónde había llegado todo. Todo por un disco.
Lloraba, mientras seguía sangrando y viendo como el disco estaba todo roto. No podía creerlo.
Juan José ya no hizo nada. Priscilla, lloraba también. Mi ángel de la guarda llegó justo a salvarme.
Esa fue la triste y sangrienta historia ese fatídico 2 de octubre que nunca se me va a olvidar.
Después de ese incidente, nuestros caminos siguieron rumbos diferentes. Alejandro me siguió odiando, pero ya no me decía ni me hacía nada porque contaba con la amistad y protección de Aarón. Priscilla, ella siempre triste y sola como siempre, nos hicimos amigos, grandes amigos, pero por seguridad de ambos y por su hermano nunca pasamos de la simple amistad. A Juan José, lo cambiaron al Colegio Tepeyac, y siguió de loco y reventado como siempre. Después lo mandaron a Los Ángeles con su abuelita para que siguiera estudiando. Ya saben como terminó esta triste historia, mató a batazos a su amada abuela. Ahora purga una condena en una prisión de alta seguridad allá en los Estados Unidos, con grandes probabilidades de ser condenado a muerte.
Por mi parte, toda esa historia, ese disco, influyó de una manera más positiva en mi vida. Me volví rockero. Años después conseguí ese disco en CD, y formé parte de varias bandas efímeras, eso sí, con grande influencia del Velvet Underground: Ángeles de Priscilla (en honor a mi primer musa), Crazy Boomerang, Chuy Escutia y los Súper Patriotas Fronterizos, y los míticos de culto First Cat on the Moon (de donde salió el mítico guitarrista de la desconocida y enorme banda multiétnica japonesa Señorita Cometa, de los cuales otro día contaré su historia), y Los Hijos Europeos, banda que ha causado sensación en ambos lados de la frontera, con letras decadentes, y una mezcla de blues electrónico con música norteña, y dos CANTANTES negras sacadas de una iglesia Pentecostés que rapean chido, y que le meten sabrosura con unos gospels, soules, y funkies muy movidotes.
Y así es como termina esta historia amigos, espero no les haya gustado. Este es el fin, mis únicos amigos, el fin.
THE END
Mientras me tenía doblegado, también pude ver la hermosa cara de un ángel angustiado: Era Priscilla, que casi lloraba, pero ella no podía hacer nada, y todavía no se imaginaba lo que sucedería más adelante.
Después de unos minutos que me parecieron eternos, después de varios golpes, una nariz sangrada, varios improperios, y un escupitajo, por fin confesé para vergüenza mía delante de todos los de la escuela que yo había robado el disco.
Me obligó a ir a la casa de mi tío Lencho a traer el disco. Nos subimos (o me subieron mejor dicho) a la camioneta, adelante iba Juan José manejando, y escuchando nomás por hacerme sufrir a The Beatles (los respetaba, los admiraba pero no eran su grupo favorito, sólo lo hacía por joderme ya que a mi me encantaban y siempre decía que eran los más grandes de todos los tiempos), a su lado iba Priscilla, nerviosa y llorando, y a un lado de la puerta iba el “Malango”.
Atrás, como perros, íbamos el “Zambo”; y un servidor (les digo que el JJ era muy mamila y payaso, me llevaban esposado como si fuera un delincuente), que estaba muerto de miedo, y más al ver el famoso bat de béisbol con el que torturábamos a los animales, y también una cuerda pero más grande y más gruesa.
Primero fuimos a la casa de Priscilla, ella se bajó de la camioneta y el Juan José le dijo: “Ahorita regresamos, vamos al cementerio a una piñata”, mientras se reía burlonamente.
Después llegamos a la casa de mi tío Lencho. En el camino iba pensando en una estrategia para escaparme de este trío de pendejos: ¡Jonatan!, el huevón de mi primo. Él era un buscapleitos de primera. No le tenía miedo a nadie, y la verdad es que siempre ganaba, y ya se había agarrado con tres cuatro o cinco a la vez. Era lo que más le encantaba, partirle la madre a cualquier incauto o pendejo que se le quedara viendo, o que le cayera mal. Como aquella vez en que les estrelló el parabrisas a una patrulla, no corrió, y esperó a que se bajaran los tres marranos y se los madreó el solito.
Jonatan era mi salvación. Entré a la casa de mis tíos. A fuerza tenía que salir ya que si Jonatan estaba loco, Juan José estaba peor y era capaz de meterse a la casa y sacarme a rastras, y también era capaz de golpear a mis tíos, (el era una mezcla entre Alex de Naranja Mecánica y el “Jaibo” de Los Olvidados).
Al entrar estaba mi tía Elfa (se llama Filadelfa, igual que el famoso y sabroso queso crema) en la cocina, le pregunté por Jonatan, ¡Maldita sea! Siempre estaba de huevón en la casa, y ahora resultaba que había ido al rancho de su papá en Tihuatlán.
Ahora sí, ya no tenía salvación. Subí por el disco, y por la ventana vi a los pendejos fumando. Sólo el JJ no fumaba, estaba al volante como desesperado. Tomé el disco, lo acaricié, y me lo pegué al pecho. Casi lloraba, y sentía entre rabia, desesperación e impotencia. No quería separarme de esa joya, esa joya que me estaba atrayendo problemas. Me daban ganas de romperlo, pero eso me metería en un problema mayor.
El sonido de un claxon me hizo volver a la cruda realidad. Era el Juan José que me apuraba a que bajara. Baje las escaleras y me despedí de mi tía.
Afuera el Juan José se puso feliz al verme con el disco. “Aquí está, discúlpame por habérmelo llevado. Ya todo está aclarado y en paz”. ¿En paz? ¿Cuál paz?
¡Sopas! Un trancazo en el estomago me hizo doblarme, mientras el “Zambo” me ponía de nuevo las esposas, y ahora me metía a la cabina. Una vez adentro, me puso un saco de maíz en mi cabeza, y que me impedía ver que sucedía o hacía donde me llevaban.
Sólo oía risas, y después unos golpes como de un palo de escoba en mi cabeza mientras el loco de Juan José se reía esquizofrénicamente. (Después supe que eso lo sacó de la película La Masacre en Texas, cinta que yo nunca había visto, pero Juan José sí, y era una de sus favoritas).
Después de un rato, llegamos a un camino no pavimentado, y a lo lejos se escuchaba el sonido del correr del agua, de un arroyo. La camioneta se estacionó. Abrieron la puerta y me aventaron en el suelo. Caí como costal de papas. El Zambo me levantó, me quito las esposas, y el saco. Cuando mis ojos se acostumbraron a la luz, pude ver que estábamos a la orilla del arroyo, en pleno cementerio, en el lugar donde torturábamos a los animales. Presentía lo peor, yo mismo sería una piñata humana.
¡Bienvenido a tu pesadilla!, me dijo sonriente Juan José de Jesús. Dicho esto me derribó de una patada. Allí empezó efectivamente mi pesadilla, entre los tres me empezaron a golpear y a patear inmisericordemente. Después de casi media hora de golpiza acompañada por la música de Velvet Underground, el Zambo me amarró de los pies con la cuerda, y después aventó la misma al mismo árbol en donde sacrificábamos a los animales.
No lo podía creer, ahora el Malango ocupaba mi lugar, el subeybaja de las piñatas vivientes. No pesaba mucho, y el Alejandro jalaba la cuerda mientras mi cuerpo se elevaba por los aires. El Zambo dijo que el no quería tener nada que ver, el muy naco saco una revista que creo era la de Kalimán, se fue a su troca, quito el cassette, y puso el radio en una estación tropical, música que le encantaba, y no la música esquizofrénica paranoica que nosotros escuchábamos.
La diversión quedo entonces repartida entre dos. Alejandro me subía y me bajaba. Juan José fue por el bat, y por el disco de Velvet Underground. Lo Saco de la funda y empezó a vociferar:
“Mira hijo de tu putísima perra madre. ¿Ves este disco? ¡¿Ves este disco?! Es intocable, es sagrado. Nadie puede posar su inmunda mano sobre él. Sólo los poseedores de la más alta sabiduría investidos por el poder de lo alto (Les digo, que sacaba cada mamada, si hubiera estado en otras condiciones, la neta ya me hubiera muerto de la risa). Has osado cometer una herejía y un sacrilegio. ¡Tú, inmunda cucaracha tercermundista, has cometido un grave error que ha desatado la maldición de todas las furias! Eso se paga con la muerte. Cualquiera que roba el gran disco sacerdotal tiene que pagar con su inmunda vida para calmar el apetito de venganza de los dioses. Este disco no se toca”.
Puso el disco arriba de la cubierta sobre una piedra. Tomo el bat, y lanzo un golpe hacía mí. Lo veía venir, pero el Alejandro subió la cuerda. Después los dos se pusieron a cantar la de “Dale dale dale, no pierdas el tino...” Al quinto intento, el Alejandro me dejo caer de golpe y el Juan tiró un batazo, pero cometió el grave error de no amarrarme las manos. Cuando dio el golpe, agarré el bat, lo cual me dolió muchísimo pero milagrosamente se lo quité. No sé como le hice pero lo aventé lejísimos. El Juan José se puso como loco, y profiriendo maldiciones se fue en busca del bat, diciendo que me iba a ir peor.
En lo que iba, oí el sonido de un motor. Pasaron unos segundos. Sentí un fuerte trancazo. El Alejandro me había dejado caer de golpe al suelo desde una altura de unos cuatro metros.
Resulta que en una Ram Charger, había llegado Aarón con Priscilla. Este le había dado un golpe a Alejandro y este me soltó al suelo. En lo que me desataba llegó el Juan José corriendo con el bat.
Nadie se atrevió a ponérsele al brinco a Aarón. Era un gigantón de 1 98 de estatura, jugador de béisbol, su papá era una leyenda local pozayorkina, y un campo de béisbol llevaba su nombre. Estudiaba en la prepa de a lado, la Gabino Barreda, era buena onda y siempre nos hacía paros junto con sus dos carnales y el Zambo (que eran grandes amigos, pero esta vez quien sabe que mosca le pico y se volvió malo) cuando estudiantes de otras escuelas llegaban muy bravucones a echarnos bronca. Aparte, le caían bien los enanos y chaparros como yo.
Priscilla, lo primero que hizo al entrar en su casa fue llamar a Aarón, y afortunadamente estaba en su casa y rápido se lanzaron al cementerio.
Bueno, ya en el cementerio, el Zambo no se le puso al brinco a Aarón, eran grandes amigos, siempre lo obedecía en todo, y además el Aarón se lo madreaba fácilmente. Alejandro lo intentó, pero Aarón con dos golpes lo noqueó.
Y Juan José. La siguiente escena fue de lo más delirante y surreal. Cuando caí al suelo, oí un crack de algo que se rompía. Al levantarme, no podía creer lo que veía. El disco de Velvet Underground hecho añicos. Juan José al verlo casi lloraba, corrió hacía el disco, levantó un pedazo, y empezó a llorar y a gemir y a gritar “My Precious”. Yo, consternado, empecé a llorar también. Los dos llorando en medio del cementerio, arrodillados, sangre regada y pedazos del disco rotos, enemistados y unidos a la vez por un mismo dolor.
Juan José se puso como loco, y se empezó a revolcar en el suelo, Y yo seguía inmóvil, asimilando todos los hechos, hasta dónde había llegado todo. Todo por un disco.
Lloraba, mientras seguía sangrando y viendo como el disco estaba todo roto. No podía creerlo.
Juan José ya no hizo nada. Priscilla, lloraba también. Mi ángel de la guarda llegó justo a salvarme.
Esa fue la triste y sangrienta historia ese fatídico 2 de octubre que nunca se me va a olvidar.
Después de ese incidente, nuestros caminos siguieron rumbos diferentes. Alejandro me siguió odiando, pero ya no me decía ni me hacía nada porque contaba con la amistad y protección de Aarón. Priscilla, ella siempre triste y sola como siempre, nos hicimos amigos, grandes amigos, pero por seguridad de ambos y por su hermano nunca pasamos de la simple amistad. A Juan José, lo cambiaron al Colegio Tepeyac, y siguió de loco y reventado como siempre. Después lo mandaron a Los Ángeles con su abuelita para que siguiera estudiando. Ya saben como terminó esta triste historia, mató a batazos a su amada abuela. Ahora purga una condena en una prisión de alta seguridad allá en los Estados Unidos, con grandes probabilidades de ser condenado a muerte.
Por mi parte, toda esa historia, ese disco, influyó de una manera más positiva en mi vida. Me volví rockero. Años después conseguí ese disco en CD, y formé parte de varias bandas efímeras, eso sí, con grande influencia del Velvet Underground: Ángeles de Priscilla (en honor a mi primer musa), Crazy Boomerang, Chuy Escutia y los Súper Patriotas Fronterizos, y los míticos de culto First Cat on the Moon (de donde salió el mítico guitarrista de la desconocida y enorme banda multiétnica japonesa Señorita Cometa, de los cuales otro día contaré su historia), y Los Hijos Europeos, banda que ha causado sensación en ambos lados de la frontera, con letras decadentes, y una mezcla de blues electrónico con música norteña, y dos CANTANTES negras sacadas de una iglesia Pentecostés que rapean chido, y que le meten sabrosura con unos gospels, soules, y funkies muy movidotes.
Y así es como termina esta historia amigos, espero no les haya gustado. Este es el fin, mis únicos amigos, el fin.
THE END
ESCRITA, PRODUCIDA Y DIRIGIDA POR: Jesús Antonio Hamlet Márquez Gómez.
GUION: El mismo pelao de arriba.
CAMAROGRAFA: Ciudadana Herzeleid y Conejito Literario Entertainment.
MÚSICA INCIDENTAL: First Cat on the Moon y Los Hijos Europeos.
SOUNDTRACK: The Velvet Underground & Nico (First álbum).
ACTORES:
Juan José de Jesús Martínez Ramos como Jota Jota.
Jesús Márquez Gómez como el ratero del disco.
Lizeth Tinoco Vázquez como Priscilla.
El “Zambo” como el mismo.
Alejandro Sánchez Robles como el “Malango”.
Aarón como el mismo.
Edgar Maranto como el mismo.
AGRADECIMIENTOS:
Agradecemos infinitamente a la Escuela Ignacio Manuel Altamirano y sus directores el “Camarón” y a la “Totola”, el habernos facilitado las instalaciones para la realización de esta película.
A todos los alumnos de la misma escuela (y de otras coladas, en especial a la Gabino), por servirnos de extras sin cobrar un solo centavo.
Al Panteón municipal de Totolapa, y en especial a don Agapito López Caste por hacerse de la vista gorda y dejarnos grabar en la madrugada.
Y sobre todo, un agradecimiento especial a mis héroes a quienes está dedicada esta movie: The Velvet Underground.
Etiquetas:
Anecdotas,
Cuentos,
Homenajes,
Velvet Underground
domingo, noviembre 05, 2006
CUENTO ATERCIOPELADO (SECUNDA PARS)
ALL TOMORROW PARTIES
Juan José nunca volvió a poner un pie en el reclusorio Ignacio Manuel Altamirano, (cuentan las leyendas que los cohetes y botellas aventados adentro de la escuela de vez en cuando, o los animales muertos tirados enfrente de la misma eran cortesía del buen J.J.) Y yo, me la pelaba por volver a escuchar ese disco sublime, subliminal, angélicamente infernal, incunable, seminal, inclasificable.
Afortunadamente yo era amigo de Edgar alías “La tripa loca”, alías “el cadáver”, quien a su vez era muy amigo del Juan José. Le pedí que me llevara a la mansionzota del Jota Jota que ocupaba toda una manzana en Dinamarca 340 de la Col. 27 de Septiembre.
Llegamos a su humilde casa, y luego de invitarnos unas chelas, llegó lo esperado por mí. Subimos las escaleras hacía su cuarto, donde se decía tenía una colección grandísima de discos.
Entramos a su cuarto, un cuarto grandísimo pintado muy sicodélicamente, con colores anaranjados, rosas, morados, azules… Posters de discos clásicos enmarcados en una pared. En otra pared, una bellísima guitarra Gibson Les Paul en color negro, y la maquinaria en color oro, como la que usa Eric Clapton, una pintura gigantesca en el que aparecían vestidos de ángeles y con arpas eléctricas Robert Johnson, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Keith Moon, Bon Scott, John Bonham, Ian Curtis, Brian Jones y John Lennon.
Un librero repleto de cómics, revistas de rock, cuadernos, soldaditos de plástico, luchadores, álbumes de fútbol y de lucha libre, y cassettes, muchos cassettes.
A lado de su cama estaba su teléfono, y una sinfonola muy bien cuidada. Ahí escuchaba todos sus discos. No sé donde conseguiría esa cosa, pero estaba muy bien cuidada, se escuchaba excelente (nos puso un disco de Jimi Hendrix, el de la Banda de Gitanos) y valía un dineral.
Del otro lado de su cama estaba un estante gigantesco que albergaba 635 discos de acetato, ordenados cronológicamente y en estricto orden alfabético.
Le pregunté donde tenía el de Velvet Underground. Me dijo sonriendo que ese no lo tenía ahí, sino en un lugar especial junto con sus discos preferidos, en una maleta que dijo, en caso de incendio, o que lo desterraran a una isla desierta ellos serían sus acompañantes. Abrió el gigantesco ropero, sacó la maleta y la abrió. Ahí estaban discos originales del año en que salieron a la venta en su país de origen, perfectamente bien conservados: dos discos de los Rolling, el Banquete de Pordioseros (portada original con el baño cochino y graffiteado) y el Sticky Fingers (con la portadota del cierre). Estaban los discos debuts autografiados de Jimi Hendrix, de The Doors, de Led Zeppelin, y de Pink Floyd.
Estaban también el de los Sex Pistols, de los Ramones, de The Who, de Frank Zappa, cuatro de Dylan, uno de Elvis, el London Calling de The Clash, dos de The Residents, uno de The Fugs, el del Sargento Pimienta de Los Beatles, el Abbey Road, el Revolver, y una rareza invaluable de los Beatles donde están vestidos los cuatro de carniceros, llenos de sangre, y con unos bebés de juguete destazados.
Pero lo mejor, ahí estaba ese disco de Velvet Underground. Ese disco que tenía una atracción poderosa, un imán que me jalaba secretamente.
Juan José nos invitó a una mega fiesta en su casa que haría el sábado 30 de septiembre, ya que su hermana menor Priscilla cumpliría 14 años. Iba a ir casi media escuela, y la crema y nata de la suciedad pozayorkina, y sobre todo muchas morrillas, pero eso no me importaba, estaría Priscilla, esa princesa tibetana que amaba profundamente en secreto, y que el gandalla de su hermano la torturaba encerrándola en su cuarto poniéndole música a alto volumen. Música que iba desde Slayer, Exodus, Testament, Megadeth, Metallica, Venom, hasta Mozart, Beethoven, y Wagner.
Sí que estaba reloco mi cuñado.
Llegando a mi casa mi mente sólo estaba en dos cosas: Priscilla a quien había visto en el jardín leyendo, y en el disco de Velvet Underground. Ese disco tenía que ser mío. ¿Cómo conseguirlo? En toda la semana recorrí todas las tiendas de discos de la ciudad, y nadie tenía ni conocía ese disco, todos se me quedaban viendo como si fuera marciano.
Ni modo, tendría que recurrir a una estrategia que rondaba mi cabeza y que no quería poner en práctica: Robar.
Nunca había robado en toda mi vida (excepto unos billetitos del banco de luchadores que mi amigo Federico dejo olvidados en una silla afuera de su casa), y nunca lo volví a hacer después, pues robar me parecía y me sigue pareciendo algo repugnante, pero esta sería una excepción excepcional.
La fiesta de cumpleaños de Priscilla sería la fecha ideal para el gran robo. El sábado 30 de septiembre. El viernes me la pase con mucho miedo, insomnio y haciendo estrategias para llevar a cabo mi plan.
El famoso día llegó. Los papás de Juan José estaban de compras en San Antonio. Todo el salón estaba en la casota, colados de otros salones y de otras escuelas: los católicos del Tepeyac, las nenas fresas del Motolinia, los wannabes de la Díaz Mirón, uno que otro colado de la Makarenko, la Gabino, nacos de la ESBO, del Cbetis, y de las Federales.
La fiesta se estaba poniendo buena. Buena música (Alguien tuvo la magnífica idea de poner a Depeche Mode), muchas nenas, rock and roll, cerveza, vino, marihuana, coca, videojuegos, comida, alberca, sexo seguro…
Y yo, por fin podría ligar a mi princesa Priscilla, claro si es que Alejandro alías “el malango” (le decían así por sus orejotas tamaño familiar como las de Dumbo) no se me adelantaba, aunque el por ser el galán de la escuela estaba en ese momento ocupado con una gringa bien buenota.
Pero, lo que en verdad me importaba por encima de Priscilla era el disco del Terciopelo Subterráneo. Al fin, las mujeres van y vienen, pero esa joyita, (que no les conté, pero estaba autografiada por todos los integrantes, traía unas fotos que el tío de Juan José se había tomado con ellos en Nueva York, en donde el tío, un guitarrista roquero tenía su banda y que nunca sobresalió, ni grabaron un disco pero que fue parte de la escena neoyorkina, con su grupo hoy olvidado y con chídismo nombre: The Rotten Mexicans Tomatoes, y el fue después de morir de un pasón de heroína el que le regaló gran parte de su colección discográfica, su amor por el rock, y esa guitarra Gibson), esa joyota era inconseguible, y única.
Por lo pronto, la fiesta se desarrollaba sin contratiempos: En la sala principal, la mayoría bailaba o se emborrachaba, en el jardín, unos fumando o drogándose. En un cuarto, los más nerdos y losers tragando como cerdos, y jugando Nintendo. Otros, los más aventados ya estaban cogiendo en algunos cuartos. Otros, los más pendejos y despistados estaban jugando fútbol, viendo televisión, nadando en la alberca, y había tres pendejazos (entre ellos el Juan Carlos, el “Piña”, y un desconocido) que estaban dormidotes afuera en el jardín.
Priscilla, ella estaba bailando sola, con unas amigas, nadie la pelaba. Juan José, ni sus luces, de seguro estaba en el jardín arponeándose heroína, o lo más probable es que estuviera en el cuarto de sus jefes clavándose a la buenota de Abigail, al fin que Lizeth su novia andaba en Chilangolandia.
Yo, por mi parte andaba ansioso, desesperado, buscando la oportunidad de escabullirme y robarme ese disco.
Me hice el pendejo durante unas horas, mientras algunos se iban a sus casas, otros se lanzaban a coger, otros ya estaban dormidotes o bien borrachos; sin embargo, aún había necios que seguían platicando, bailando, tragando o bebiendo.
Pero, todos andaban como Juan por su casa, pero la recamara del Jota Jota era sagrada, nadie entraba allí.
Me fijé bien, y vi que no hubiera nadie. No había moros en la costa. Toqué la puerta fuertemente y varias veces para ver si había alguien allí. La abrí lentamente, y me asomé, no había nadie. Entré y mi corazón parecía que se me quería salir del pecho, estaba nervioso, tembloroso, y sudando frío. Rápidamente abrí el ropero, y saqué la maleta. Hasta abajo estaba el disco. Me lo metí debajo de mi chamarra, y volví a meter la maleta como estaba. Me asomé al pasillo y no había nadie, en lo que salía y cerraba la puerta iba pasando el Alejandro, quien se me quedó viendo con cara de sospechoso pero no dijo nada. Yo me hice el pendejo como que tocaba la puerta, y me alejé de allí.
Tenía miedo porque al Alejandro le caía en la punta de la gaver, y el odio era recíproco y bien correspondido, y ambos lo sabíamos. Lo odiaba porque siempre me humillaba por mi fealdad, y el me odiaba porque Priscilla me buscaba mucho y a él ni lo pelaba.
Después de un rato me fui a mi casa, y nuevamente no pude dormir. Ni siquiera sé porque lo robé, no tenía un tocadiscos donde escucharlo.
El domingo fui a casa de mi tío Lencho, quien tenía un tocadiscos marca Philco muy grandote y con unas bocinotas que retumbaban en toda la casa. Menos mal que los tíos Lenchos, y las tías Elfas gruñonas no estuvieran en la casa, y en cambio estuviera mi primo Jonatan, quien era muy alivianado y me dio chance de tocar el disco muchas veces, mientras el en su cuarto veía un aburrido partido del América contra Pumas.
Ya después llegaron los tíos y me despedí de ellos, y esperar de nuevo hasta el otro domingo a que Jonatan me diera chance. Por seguridad dejé el disco en la recamara de mi primo.
Me dormí, y al otro día me levanté temprano para ir al reclusorio. Todo transcurrió normal, las mismas clases aburridas de always, la cara de Priscilla, la maestra buenota de Ciencias Sociales a la que se le veían los calzones, las clases de educación física… Y la cara sospechosa del “Malango”, quien me veía con cara de burla.
A la salida, iba con el Hugo, y con el Rodolfo. En la esquina había una camioneta Cheyenne, y gente alrededor. Era la troca del Zambo, un animalote de más de 100 kilos,quien estaba junto con el puto del Malango. Al llegar ahí, el gorila me agarró, y enfrente de mí, tenía nada más y nada menos que a Juan José de Jesús con una cara terrible que nunca se me ha podido olvidar.
Me dio una patada que me hizo doblar, me levantó jalándome el pelo, y después de darme un golpe en la cara me dijo: “¡Dónde tienes mi disco, maldito cerdo capitalista!”
Esta historia continuará la próxima semana. No se pueden perder el desenlace de esta triste y sangrienta historia en su último capítulo:
UNA MADRIZA INOLVIDABLE, o ESA MADRIZA NUNCA SE ME OLVIDA, o 2 DE OCTUBRE NO SE OLVIDA.
Juan José nunca volvió a poner un pie en el reclusorio Ignacio Manuel Altamirano, (cuentan las leyendas que los cohetes y botellas aventados adentro de la escuela de vez en cuando, o los animales muertos tirados enfrente de la misma eran cortesía del buen J.J.) Y yo, me la pelaba por volver a escuchar ese disco sublime, subliminal, angélicamente infernal, incunable, seminal, inclasificable.
Afortunadamente yo era amigo de Edgar alías “La tripa loca”, alías “el cadáver”, quien a su vez era muy amigo del Juan José. Le pedí que me llevara a la mansionzota del Jota Jota que ocupaba toda una manzana en Dinamarca 340 de la Col. 27 de Septiembre.
Llegamos a su humilde casa, y luego de invitarnos unas chelas, llegó lo esperado por mí. Subimos las escaleras hacía su cuarto, donde se decía tenía una colección grandísima de discos.
Entramos a su cuarto, un cuarto grandísimo pintado muy sicodélicamente, con colores anaranjados, rosas, morados, azules… Posters de discos clásicos enmarcados en una pared. En otra pared, una bellísima guitarra Gibson Les Paul en color negro, y la maquinaria en color oro, como la que usa Eric Clapton, una pintura gigantesca en el que aparecían vestidos de ángeles y con arpas eléctricas Robert Johnson, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Jim Morrison, Keith Moon, Bon Scott, John Bonham, Ian Curtis, Brian Jones y John Lennon.
Un librero repleto de cómics, revistas de rock, cuadernos, soldaditos de plástico, luchadores, álbumes de fútbol y de lucha libre, y cassettes, muchos cassettes.
A lado de su cama estaba su teléfono, y una sinfonola muy bien cuidada. Ahí escuchaba todos sus discos. No sé donde conseguiría esa cosa, pero estaba muy bien cuidada, se escuchaba excelente (nos puso un disco de Jimi Hendrix, el de la Banda de Gitanos) y valía un dineral.
Del otro lado de su cama estaba un estante gigantesco que albergaba 635 discos de acetato, ordenados cronológicamente y en estricto orden alfabético.
Le pregunté donde tenía el de Velvet Underground. Me dijo sonriendo que ese no lo tenía ahí, sino en un lugar especial junto con sus discos preferidos, en una maleta que dijo, en caso de incendio, o que lo desterraran a una isla desierta ellos serían sus acompañantes. Abrió el gigantesco ropero, sacó la maleta y la abrió. Ahí estaban discos originales del año en que salieron a la venta en su país de origen, perfectamente bien conservados: dos discos de los Rolling, el Banquete de Pordioseros (portada original con el baño cochino y graffiteado) y el Sticky Fingers (con la portadota del cierre). Estaban los discos debuts autografiados de Jimi Hendrix, de The Doors, de Led Zeppelin, y de Pink Floyd.
Estaban también el de los Sex Pistols, de los Ramones, de The Who, de Frank Zappa, cuatro de Dylan, uno de Elvis, el London Calling de The Clash, dos de The Residents, uno de The Fugs, el del Sargento Pimienta de Los Beatles, el Abbey Road, el Revolver, y una rareza invaluable de los Beatles donde están vestidos los cuatro de carniceros, llenos de sangre, y con unos bebés de juguete destazados.
Pero lo mejor, ahí estaba ese disco de Velvet Underground. Ese disco que tenía una atracción poderosa, un imán que me jalaba secretamente.
Juan José nos invitó a una mega fiesta en su casa que haría el sábado 30 de septiembre, ya que su hermana menor Priscilla cumpliría 14 años. Iba a ir casi media escuela, y la crema y nata de la suciedad pozayorkina, y sobre todo muchas morrillas, pero eso no me importaba, estaría Priscilla, esa princesa tibetana que amaba profundamente en secreto, y que el gandalla de su hermano la torturaba encerrándola en su cuarto poniéndole música a alto volumen. Música que iba desde Slayer, Exodus, Testament, Megadeth, Metallica, Venom, hasta Mozart, Beethoven, y Wagner.
Sí que estaba reloco mi cuñado.
Llegando a mi casa mi mente sólo estaba en dos cosas: Priscilla a quien había visto en el jardín leyendo, y en el disco de Velvet Underground. Ese disco tenía que ser mío. ¿Cómo conseguirlo? En toda la semana recorrí todas las tiendas de discos de la ciudad, y nadie tenía ni conocía ese disco, todos se me quedaban viendo como si fuera marciano.
Ni modo, tendría que recurrir a una estrategia que rondaba mi cabeza y que no quería poner en práctica: Robar.
Nunca había robado en toda mi vida (excepto unos billetitos del banco de luchadores que mi amigo Federico dejo olvidados en una silla afuera de su casa), y nunca lo volví a hacer después, pues robar me parecía y me sigue pareciendo algo repugnante, pero esta sería una excepción excepcional.
La fiesta de cumpleaños de Priscilla sería la fecha ideal para el gran robo. El sábado 30 de septiembre. El viernes me la pase con mucho miedo, insomnio y haciendo estrategias para llevar a cabo mi plan.
El famoso día llegó. Los papás de Juan José estaban de compras en San Antonio. Todo el salón estaba en la casota, colados de otros salones y de otras escuelas: los católicos del Tepeyac, las nenas fresas del Motolinia, los wannabes de la Díaz Mirón, uno que otro colado de la Makarenko, la Gabino, nacos de la ESBO, del Cbetis, y de las Federales.
La fiesta se estaba poniendo buena. Buena música (Alguien tuvo la magnífica idea de poner a Depeche Mode), muchas nenas, rock and roll, cerveza, vino, marihuana, coca, videojuegos, comida, alberca, sexo seguro…
Y yo, por fin podría ligar a mi princesa Priscilla, claro si es que Alejandro alías “el malango” (le decían así por sus orejotas tamaño familiar como las de Dumbo) no se me adelantaba, aunque el por ser el galán de la escuela estaba en ese momento ocupado con una gringa bien buenota.
Pero, lo que en verdad me importaba por encima de Priscilla era el disco del Terciopelo Subterráneo. Al fin, las mujeres van y vienen, pero esa joyita, (que no les conté, pero estaba autografiada por todos los integrantes, traía unas fotos que el tío de Juan José se había tomado con ellos en Nueva York, en donde el tío, un guitarrista roquero tenía su banda y que nunca sobresalió, ni grabaron un disco pero que fue parte de la escena neoyorkina, con su grupo hoy olvidado y con chídismo nombre: The Rotten Mexicans Tomatoes, y el fue después de morir de un pasón de heroína el que le regaló gran parte de su colección discográfica, su amor por el rock, y esa guitarra Gibson), esa joyota era inconseguible, y única.
Por lo pronto, la fiesta se desarrollaba sin contratiempos: En la sala principal, la mayoría bailaba o se emborrachaba, en el jardín, unos fumando o drogándose. En un cuarto, los más nerdos y losers tragando como cerdos, y jugando Nintendo. Otros, los más aventados ya estaban cogiendo en algunos cuartos. Otros, los más pendejos y despistados estaban jugando fútbol, viendo televisión, nadando en la alberca, y había tres pendejazos (entre ellos el Juan Carlos, el “Piña”, y un desconocido) que estaban dormidotes afuera en el jardín.
Priscilla, ella estaba bailando sola, con unas amigas, nadie la pelaba. Juan José, ni sus luces, de seguro estaba en el jardín arponeándose heroína, o lo más probable es que estuviera en el cuarto de sus jefes clavándose a la buenota de Abigail, al fin que Lizeth su novia andaba en Chilangolandia.
Yo, por mi parte andaba ansioso, desesperado, buscando la oportunidad de escabullirme y robarme ese disco.
Me hice el pendejo durante unas horas, mientras algunos se iban a sus casas, otros se lanzaban a coger, otros ya estaban dormidotes o bien borrachos; sin embargo, aún había necios que seguían platicando, bailando, tragando o bebiendo.
Pero, todos andaban como Juan por su casa, pero la recamara del Jota Jota era sagrada, nadie entraba allí.
Me fijé bien, y vi que no hubiera nadie. No había moros en la costa. Toqué la puerta fuertemente y varias veces para ver si había alguien allí. La abrí lentamente, y me asomé, no había nadie. Entré y mi corazón parecía que se me quería salir del pecho, estaba nervioso, tembloroso, y sudando frío. Rápidamente abrí el ropero, y saqué la maleta. Hasta abajo estaba el disco. Me lo metí debajo de mi chamarra, y volví a meter la maleta como estaba. Me asomé al pasillo y no había nadie, en lo que salía y cerraba la puerta iba pasando el Alejandro, quien se me quedó viendo con cara de sospechoso pero no dijo nada. Yo me hice el pendejo como que tocaba la puerta, y me alejé de allí.
Tenía miedo porque al Alejandro le caía en la punta de la gaver, y el odio era recíproco y bien correspondido, y ambos lo sabíamos. Lo odiaba porque siempre me humillaba por mi fealdad, y el me odiaba porque Priscilla me buscaba mucho y a él ni lo pelaba.
Después de un rato me fui a mi casa, y nuevamente no pude dormir. Ni siquiera sé porque lo robé, no tenía un tocadiscos donde escucharlo.
El domingo fui a casa de mi tío Lencho, quien tenía un tocadiscos marca Philco muy grandote y con unas bocinotas que retumbaban en toda la casa. Menos mal que los tíos Lenchos, y las tías Elfas gruñonas no estuvieran en la casa, y en cambio estuviera mi primo Jonatan, quien era muy alivianado y me dio chance de tocar el disco muchas veces, mientras el en su cuarto veía un aburrido partido del América contra Pumas.
Ya después llegaron los tíos y me despedí de ellos, y esperar de nuevo hasta el otro domingo a que Jonatan me diera chance. Por seguridad dejé el disco en la recamara de mi primo.
Me dormí, y al otro día me levanté temprano para ir al reclusorio. Todo transcurrió normal, las mismas clases aburridas de always, la cara de Priscilla, la maestra buenota de Ciencias Sociales a la que se le veían los calzones, las clases de educación física… Y la cara sospechosa del “Malango”, quien me veía con cara de burla.
A la salida, iba con el Hugo, y con el Rodolfo. En la esquina había una camioneta Cheyenne, y gente alrededor. Era la troca del Zambo, un animalote de más de 100 kilos,quien estaba junto con el puto del Malango. Al llegar ahí, el gorila me agarró, y enfrente de mí, tenía nada más y nada menos que a Juan José de Jesús con una cara terrible que nunca se me ha podido olvidar.
Me dio una patada que me hizo doblar, me levantó jalándome el pelo, y después de darme un golpe en la cara me dijo: “¡Dónde tienes mi disco, maldito cerdo capitalista!”
Esta historia continuará la próxima semana. No se pueden perder el desenlace de esta triste y sangrienta historia en su último capítulo:
UNA MADRIZA INOLVIDABLE, o ESA MADRIZA NUNCA SE ME OLVIDA, o 2 DE OCTUBRE NO SE OLVIDA.
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